Mes y medio molido a palos por rivales con o sin talla; colista de la clasificación, un arranque de liga históricamente penoso; jugadores vitales ausentes o lesionados. Y en el colmo del infortunio, un futuro ennegrecido por los inminentes enfrentamientos ante Deportivo, Barça y Madrid. Los tres grandes llegando en tromba. La alarma empezó a sonar cuando Dely Valdés certificó de un cabezazo el hundimiento del Mallorca finiquitando un partido en que, como siempre, el grupo de Aragonés mereció mejor suerte y, como siempre, volvió a perder.
Aún fue más dura la derrota ante el Athletic. Después de que el equipo vasco, magistralmente liderado por Ismael Urzaiz, invalidara el formidable gol de Engonga, el desánimo comenzó a hacer mella en un equipo que imploraba a la fortuna un poco de colaboración. «Creamos ocasiones, estamos jugando bien, supongo que esto cambiará pero llega un momento que ya no sabes qué hacer», señaló entonces Miquel Soler. El escepticismo con que buena parte del grupo encajaba su situación tenía su contrapunto en Luis Aragonés.
Firmemente convencido de que los buenos resultados estaban al caer, el técnico madrileño se limitó a pedir un pequeño margen de tiempo. Le bastó el suficiente para llegar a Riazor. Un gol de Luque en colaboración con Valerón supuso un punto en un escenario donde el Mallorca había saldado salido de vacío en las dos últimas temporadas. Por fin un buen resultado y sin embargo nadie lanzó las campanas al vuelo. Luis menos que nadie.
El entrenador bermellón aparcó su habitual línea de defensa de sus jugadores para reconocer que el Deportivo pudo haber ganado y exigir más concentración al grupo. El sábado, Aragonés vio la respuesta desde las gradas. El Mallorca se divertía fabricando el mejor fútbol que Son Moix ha visto nunca "quizá con la excepción de los encuentros ante el Monaco y el propio Barça de la pasada temporada" reduciendo a escombros la maquinaria blaugrana.