Diecisiete días después de que Sydney confiriera al olimpismo balear denominación de origen "el archipiélago aventajó en el medallero a países como Portugal, Chile o Israel", el deporte isleño vuelve al escenario en que alcanzó la cota más alta de su historia para competir en la undécima edición de los Juegos Paralímpicos.
Se trata de una selectiva cita diseñada a lo grande, donde se reunirán más de cuatro mil deportistas en representación de 125 países y de nuevo a Balears se le presentan excelentes expectativas de encontrar hueco en la delgada franja del podio. De hecho, el sentimiento de plena confianza se extiende a todo el Estado porque, a diferencia de la paupérrima cuenta de resultados del Plan ADO, los minusválidos españoles hacen gala de una producción tan generosa como regular: en Atlanta 96 obtuvieron 106 medallas, sólo una menos que en Barcelona y, según las previsiones del Comité Paralímpico, es muy factible que Sydney depare una cosecha similar. A fin de intentarlo, el cuarto proyecto mallorquín en la historia de los Juegos Paralímpicos se presenta en Australia con un quinteto sólido y experto.
Un vistazo al pasado revela que el grupo balear viaja a los Juegos con un certificado de garantía. Como muestra, un simple dato: los tres componentes del equipo con experiencia olímpica suman un total de diez medallas (dos de oro, cuatro de plata y cuatro de bronce), un bagaje que cobra especial brillo si se considera que su andadura se remonta tan sólo a Barcelona 92. Fue aquel año cuando Balears comenzó a hacerse oír en el paralimpismo español a golpe de metales. Las Islas iniciaron desde entonces una imparable progresión capitalizada en un nombre: Xavi Torres. Poco dado a protagonizar cualquier capítulo que no sea su propio historial personal, Torres ha alcanzado a sus 26 años un decanato sostenido por un carisma incontestable.