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Sydney 2000

Comienza el circo del viento

Michael Johnson, Maurice Greene y Marion Jones prometen espectáculo en el Estadio Olímpico de Sydney

JOSÉ ANTONIO DIEGO
Las zapatillas de oro de Michael Johnson, la masa muscular de Maurice Greene, la sonrisa de Marion Jones y las gafas siderales de Ato Boldon pusieron un toque circense a la primera jornada de la competición olímpica de atletismo.

Michael Johnson se ha propuesto disfrutar de unos Juegos tranquilos por primera vez en su vida. La lesión que sufrió en la prueba de 200 metros en los «trials» (pruebas de selección olímpica) de Sacramento le ahorraron el trago de enfrentarse aquí a Maurice Greene, que también pensaba doblar y que, como el texano, acabó lesionado en los campeonatos nacionales. El plusmarquista mundial de 100 metros (9.79) ha encontrado una fórmula infalible para llamar la atención: desafiar a Michael Johnson en la distancia en que ambos confluyen, los 200 metros, cuyo récord mundial pertenece a éste último.

Greene llamó la atención en el estadio con su acostumbrado braceo en dirección al público, después de ganar su serie en 10.31. Johnson, con seriedad de esfinge, se limitó a gastar el primero de los diez pares de zapatillas con oro de 24 quilates que su patrocinador fabricó exclusivamente para él y para estos Juegos.

El trinitense Ato Boldon, amigo y compañero de entrenamientos de Greene, perdió brillo durante el último año. No estuvo en los Mundiales de Sevilla por lesión y en su regreso no acaba de alcanzar el nivel de años anteriores. Su truco para atraer miradas, a falta de buenos registros -ayer hizo un estimable 10.04-, consiste en lucir gafas de diseño futurista aun cuando fuere noche profunda. Ayer lució unas lentes panorámicas de ribetes rojos que para los fotógrafos dan mucho juego. Reflejan, a ambos lados de sus narices, la monumentalidad del estadio de Sydney y en tales casos siempre hay una cámara presta a captar el bello reflejo.

Marion Jones, el quíntuple sueño dorado, fue la última estrella en comparecer por la mañana. El pelo recogido en una coleta, una cadena de oro en torno a su cuello y pendientes del mismo metal enmarcaban su amable rostro, imperturbable en pleno esfuerzo.

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