Cómo cambian las cosas. Dos años de éxtasis alimentado en gran medida por los enemigos que granjeó el «clementismo» se han derrumbado tras un puñetazo al aire de Molina. La selección fue un esperpento y toda la maquinaria mediática de Europa no ha tenido reparos en reconocerlo.
De hecho, España se acostó y amaneció recubierta por titulares y comentarios de muy diversa graduación, pero que también recogen de forma unánime la enorme decepción que protagonizó el equipo de José Antonio Camacho. El crédito que había acumulado el entrenador nacido en Cieza ha quedado sensiblemente dañado, incluso llega a dar la impresión que sólo el odio y enquina que extendió su antecesesor en el cargo es uno de los principales argumentos que blindan la figura de Camacho.
En el estreno de España, que sigue dependiendo exclusivamente de su fútbol para acceder a los cuartos de final, lo peor no fue el resultado, sino la falta de un plan. Varios días después, nadie puede discutir que todas las escuadras que aparecen en la nómina de la Eurocopa 2000 tienen un estilo de juego perfectamente definido y milimetrado, pero España no. Y esto resulta inadmisible porque suele conducir al desastre. Camacho condicionó demasiadas cosas al estilo del rival "precisamente uno de los aspectos con los que más se fustigó a Clemente" y eso acabó proyectando a una España irreconocible. Sin señas de identidad.