Si en cualquier balance el resultado final es el único que añade o resta crédito, la solvencia que ha adquirido Fernando Vázquez durante su estancia en el banquillo del Real Mallorca no admite ningún genero de dudas. No obstante, evaluar un trabajo tomando como única referencia un puesto en la clasificación es siempre una verdad con muchos matices y para diseccionar el trayecto cubierto por el preparador nacido en Castrofeito es imprescindible valorar y tener en cuenta una carga industrial de circunstancias que siempre condicionan el resultado final.
Fernando Vázquez heredó del argentino Mario Gómez a un equipo instalado en la confusión, físicamente roto y preso de una depresión enorme, la misma que provocó el desastre balear en la fase previa de la Liga de Campeones. Estaba claro que hacía falta un plan, terapia de choque, y el gallego optó por rehabilitar a un grupo que acumulaba dudas y más dudas empezando de nuevo pero con el curso en plena ebullición (pretemporada en temporada). Los resultados fueron casi inmediatos. El Mallorca se hizo fuerte en Son Moix y no tuvo excesivos problemas para soltar lastre y emerger en la competición doméstica. Casi al mismo tiempo, se abría paso en la Copa de la UEFA ante equipos de escasa entidad pero que fortalecieron su nuevo discurso.
El Mallorca cerró el primer trayecto liguero en la novena posición tras caer derrotado ante el Atlético (1-0), aunque durante varias jornadas se había movido en zona europea. Paralelamente, el equipo guiñaba a su pasado más brillante y dejaba fuera de la UEFA primero al Ajax y después al Mónaco. Fue el principio del fin. El Mallorca de Vázquez había tocado su propio techo. Extenuado y con futbolistas básicos fuera del equipo, el Mallorca acusó la congestión de partidos y la propia escasez de su armamento.