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RCE Mallorca

En busca de la quinta permanencia consecutiva

El Mallorca fracasa en sus expectativas europeas pero alcanza otro hito histórico: cuatro temporadas consecutivas en Primera

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El Mallorca vuelve a tener interesantes cosas que contar a la hora de hacer balance del curso 99/00. Quizá no sea algo tan importante como el cuarto puesto que alcanzó la temporada pasada o como si hubiera conseguido una plaza para reingresar en la UEFA, pero lo cierto es que este equipo, sin grandes exhibiciones de autoexigencia, ha convertido una irregular temporada en un nuevo récord al inscribirse por cuarta temporada consecutiva en Primera División.

Con la permanencia como único objetivo oficialmente reconocido por técnicos "primero Gómez, luego Vázquez" y también por jugadores, la entidad nunca disimuló demasiado su intención de buscarse un hueco con vistas al continente. La incontestable andadura del Deportivo, la trayectoria en alza de Zaragoza y Valencia y los habituales candidatos al título mosconeando por la zona alta de la tabla hicieron impensable muy pronto la matrícula para una Liga de Campeones cuyo precio se fue disparando en el tramo final de la temporada hasta llegar a cotas astronómicas por culpa de la final española de París (el Zaragoza, cuarto clasificado, se quedará con las ganas si el Madrid vence al Valencia).

Descartada la primera clase, el regreso a la UEFA se presentaba un objetivo relativamente asequible sobre todo para el Mallorca del segundo cuarto de liga, aquel equipo que supo reconstruirse tras un penoso comienzo de temporada y que se envalentonó con la visita de Héctor Cúper a Son Moix. Psicológica o no, la reacción del grupo de Vázquez ante su ex entrenador duró cinco partidos y le encaramó a la sexta posición. Sin embargo, los argumentos más sólidos de que aquella podía ser otra gran temporada para el Mallorca no se producirían en la Liga, sino en la UEFA, ese campeonato de consolación en que se vio inmerso el equipo tras la sonrojante eliminación de la previa de Liga de Campeones ante el Molde noruego.

La segunda experiencia europea del club rojillo comenzó a tomar cuerpo a medida que ilustres del fútbol continental iban quedándose en la cuneta. Ajax y Mónaco, líderes de sus respectivas ligas, habían hecho grandes planes dentro del torneo. Pero en ninguno de ellos entraba la posibilidad de vérselas con un delantero desgarbado en apariencia pero esencialmente intuitivo y genial: Diego Tristán. El sevillano polarizó toda la magia que destiló el Mallorca en la antológica noche del Amsterdam Arena y volvió a brillar en una de las jornadas más vergonzosas jamás vividas por el Mónaco. Sin embargo, si algo ha aprendido Tristán en su debut en Primera es que la gloria es efímera. En apenas unas semanas, el delantero pasó del pedestal a las calderas; los elogios se transformaron en pañuelos y el ídolo se derrumbó para siempre. Desde entonces, no hubo semana que el mallorquinismo no castigara al que estaba llamado a ser la sensación de la temporada. Aunque fuera una pequeña pitada, Tristán nunca abandonaba Son Moix de vacío.

La tormentosa relación entre el delantero y la afición ha sido uno más de los muchos asuntos que han rodeado, más allá del terreno de juego, la andadura bermellona en esta liga. Aunque el curso 99/00 ha sido prolífico en acontecimientos extradeportivos, ninguno tiene tanto calado como los que protagonizan dos porteros: Carlos Roa y Germán Burgos. El primero reclamó su lugar en las primeras páginas de los medios de comunicación al anunciar su regreso al fútbol nueve meses y medio después de enviar un mensaje inverso esgrimiendo razones religiosas. Roa, que repitió varias veces que no vuelve al profesionalismo por dinero, se incorporará a la disciplina del Mallorca una vez haya finalizado una larga etapa de puesta a punto para recuperar forma y perder el sobrepeso que le provocó su experiencia campestre.

Otro retiro, pero éste nada voluntario, convirtió al también portero Germán Burgos en otro de los nombres propios del campeonato. Sancionado con doce partidos por propinar un puñetazo a Manuel Serrano que le dejó conmocionado en el césped, el cancerbero pagó un alto precio por su inconcebible reacción. Aquel golpe le costó la titularidad en el equipo y algo mucho más doloroso: Marcelo Bielsa no volvió a llamarle a la albiceleste.

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