El mítico Emil Zatopek vive en una gran casa en la parte alta de Praga. Con su mujer, la también campeona olímpica Dana Zatopkova. No tienen hijos, pero si muchas similitudes. Una de ellas muy curiosa: los dos nacieron el mismo día, el 19 de septiembre de 1922, y en la misma región, Moravia. «Yo soy cuatro horas más viejo. Eso me da derecho a beber cuatro vasos más de vino que ella cuando celebramos nuestro cumpleaños», le gusta bromear a Emil. «Dana y yo nos llevamos muy bien, pero la pena es que no hayamos tenido hijos. Por eso nuestras alegrías están en recordar el pasado, revisar los éxitos deportivos y viajar», añade el único mortal que ha sido capaz de ganar las tres pruebas de fondo en una misma Olimpiada. Un hombre que se hizo atleta por casualidad cuando tenía diecinueve años y que ahora forma parte de la leyenda olímpica. «Yo trabajaba en una fábrica de zapatos y un día sin consultarme el capataz me inscribió en una carrera. Participé a regañadientes, pero hice segundo y le tomé gusto a correer», cuenta quien llegó a ser conocido en todo el mundo como «La Locomotora Humana». Por su resistencia. «Quiser ser siempre el mejor, que me conocieran en el mundo entero como corredor y como checo. Y lo conseguí. En 1945, cuando se retiraron las tropas alemanas de mi país, ingresé en el Ejército, donde me dieron todo tipo de facilidades para entrenarme. Entrenaba desde la mañana hasta la noche. Era incansable. Por las mañanas corría diez kilómetros con botas de soldado para endurecer las piernas, y por la tarde otros tantos con zapatillas. LLegó un momento en que no notaba la diferencia de calzado», asegura.
A lo largo de los últimos veinte años me he encontrado muchas veces con Emil Zatopek, pero siempre recordaré la primera entrevista, la que le hice en Praga brindando con vino de Bohemia, como quien recuerda su primer amor. Entre brindis y brindis surgía el Emil Zatopek más intimista, más sincero: «No me gusta ser orgulloso, pero yo nací para ser campeón, y lo fuí. Además no solo corrí más que los otros, sino que lo hacía con inteligencia. Yo programaba las carreras. Siempre al mismo ritmo».