El recinto de las dudas, la instalación que más quebraderos de cabeza ha dado "y volverá a dar a partir del próximo día 13" abandonó ayer su condición de problema para albergar una ceremonia inaugural de la Universiada llena de brillo y color en el que el Mediterráneo, su cultura y su música se colaron por todas las puertas del estadio. En un acto presidido por los duques de Lugo, la infanta Elena y Jaime de Marichalar, y al que asistió también el presidente del COI, Juan Antonio Samaranch como invitado de honor, los Juegos Mundiales Universitarios quedaron oficialmente abiertos en una noche de luz. A partir de hoy, si todo transcurre como la organización prevé, las polémicas, tensiones y deficiencias de todo tipo que han envuelto a la Universiada dejarán paso al deporte. Once días de puro y simple deporte. No es mucho pedir después de ocho años de devaneos políticos, plantes institucionales e improvisaciones financieras que han estado a punto de dar al traste con la misma celebración del acontecimiento.
A trancas y barrancas, pero la Universiada ha podido inaugurarse. Lo anunció ayer un repicar de campanas de la Seu y de varias iglesias palmesanas y de la periferia. La entrada de medio millar de Siurells danzando junto a un decorado que representaba Mallorca marcaron el inicio de la ceremonia. Al piano, Tomeu Prohens interpretó la pieza de Chopin «Una gota de agua». Terminado este tema, 500 bailarines de ball de bot danzaron «El bolero de Santa Maria», una coreografía ideada para la ocasión. En el momento de la entrada de los duques de Lugo, la Orquestra Simfònica Illes Balears interpretó el himno español, al tiempo que se hizaron las banderas de Palma, Mallorca, Balears y España. Poco después Moreno y Hakim intepretaron «Mediterráneo», en una versión de Joan Bibiloni en la que se fusionaron el flamenco y la música marroquí. Fue entonces cuando se produjo uno de los momentos estelares del acto: la aparición de todos los deportistas, que desfilaron por orden alfabético con España en último lugar.