A las 11 llegamos a Pelaires desde la ciudad de Birminghan, hasta donde fuimos en buquebús y autocar. Llegamos apalizados por esas casi sesenta horas de autocar, pero felices. El Mallorca había perdido, pero ¿y qué?. Tres horas antes había llegado otro barco de la Trasmediterránea con 140 aficionados más. Todos molidos del viaje pero conscientes de que se había hecho una gesta. De ello están de acuerdo hasta en Roma. Basta, si no, con echar un vistazo a la prensa italiana. Así que, ¡qué se le va hacer! Cualquier cosa, menos no seguir endevant.
Con el presidente a la cabeza y un montón de directivos detrás de él. Naturalmente, entre ellos los presidentes de las peñas Graderío y Arrabal, y perdónenme si me dejo a alguno más, pues ando bastante desfasado en fútbol y, por ende, en peñas.
Si la ida fue apalizante, el regreso, ya ven, no lo fue tanto. Nos lo tomamos con filosofía, y cuando llegaron las penas las apartamos con música, siempre bajo la batuta de la Orquesta Mallorqueta, o echándole un tiento a los butifarrons, formatge y sobrassada que se habían traído algunos, que junto con los pic-nics que nos había preparado Tolo Güell constituyeron nuestra intendencia.
Lo que más lamento es que al final me enteré de que otros mallorquinistas, en otro barco y en otros autocares, hacían la misma ruta que nosotros, y a quienes por desconocimiento de su viaje en barco y en bus a Birminghan no hemos hecho el menor caso. Pero aunque sea tarde, que conste también eso: que también hubo otros que se comieron todos los kilómetros de Francia para alentar al Mallorca desde la grada del Villa Park.
En líneas generales no se registraron incidentes. Salvo el del dedo del conductor, la gotera de uno de los buses, y la inspección que nos hizo Sultán, perro de la policía francesa, en la Junquera, no hubo novedades. Viajes Patricia, organizador del viaje, desde Palma, estuvo siempre en contacto con nosotros.