Los telespectadores chinos se emocionaron este viernes con las lágrimas de su gimnasta Shang Chunsong, quien se quedó a las puertas de lograr medalla en el concurso individual completo de Río y no pudo coronar así su historia de superación, lucha contra la pobreza y las adversidades, que ha encandilado a sus compatriotas.
Shang, de 20 años y menuda como tantas gimnastas de su país (mide 1,42), fue una de las imágenes de la jornada al romper a llorar ante las cámaras del canal nacional chino CCTV, después del cuarto puesto conseguido en una competición donde la intratable Simone Biles (EEUU) cumplió los pronósticos y se llevó el oro.
Sólo 116 milésimas separaron a la oriental del bronce, otorgado a la rusa Aliya Mustafina, tras una final en la que muchos aficionados chinos se quejaron de la baja nota que los jueces dieron a su compatriota en el soberbio ejercicio de suelo que completó.
«No esperaba lograr nada antes de los Juegos, pero tras la cuarta rotación, cuando vi que el resultado de Mustafina estaba cerca del mío, me sentí muy mal, pensé que podría haber ganado una medalla», confesó Shang sin poder contener las lágrimas.
La tristeza de Shang es comprensible en un deporte tan ingrato con la edad como es la gimnasia, donde los 20 años de Shang le convierten en la veterana del grupo y ya podrían obligarle a ceder el puesto a otras promesas en Tokio 2020.
Shang proviene de una remota aldea de Zhangjiajie, en las bellas montañas de Hunan, un paisaje idílico que inspiró los Montes Aleluya de «Avatar» pero en donde la vida no es ni mucho menos como en las películas.
La familia de Shang, campesinos pobres, no siempre podían llenar el plato de sus hijos ni darles la ropa de abrigo necesaria en invierno, según contaba esta semana la prensa oficial china.
Para ir a la escuela, ella y su hermano, que padece una ceguera parcial, tenían que recorrer todos los días varios kilómetros a través de las montañas, algo que aún les ocurre a muchos niños chinos en zonas remotas del país.
Su hermano a veces la llevaba a hombros en esos duros recorridos, pero el mayor sacrificio para ayudar a su hermana lo tomó cuando ésta comenzó a entrenar, con sólo siete años, y decidió dejar la escuela y emplearse como masajista -oficio habitual entre los invidentes chinos- para ayudar a pagar esas clases de gimnasia.
Fue entonces cuando la niña decidió entrenar al máximo -y en los espartanos centros de entrenamiento para gimnastas de China eso es especialmente duro- con un único objetivo: reunir un día el dinero suficiente para que un día su hermano pudiera operarse de la vista.
Shang no ha podido coronar de momento el cuento con una medalla olímpica individual, aunque en todo caso en Río ya se ha colgado un bronce junto a sus compañeras, en la disciplina por equipos, y aún tendrá una última oportunidad el domingo, en el concurso de barras asimétricas.
La china parte en principio con las peores notas, aunque ella y sus compañeras al menos tienen la «ventaja» de una final más abierta que las otras por aparatos, ya que será la única en la que no esté Biles, la mejor gimnasta mundial del momento.