Un día más tarde de lo previsto y en el cuarto partido del programa, España y Portugal han inaugurado realmente un torneo que en sus primeras horas solo se había alimentado de la fiesta del anfitrión y de goles en el descuento. En un encontronazo eléctrico aunque difuminado por las dudas de De Gea y la sombra diabólica de Cristiano Ronaldo, la selección ha apagado con fútbol el ruido de una semana infernal y ha demostrado que su candidatura, ahora que parece que la tormenta se aleja, permanece intacta. Únicamente hay que sacarle brillo.
Encaramada a los goles de un gigantesco de Diego Costa, que ha firmado en la olímpica Sochi su primer partido redondo vistiendo de rojo, España se ha pasado casi todo el partido por encima de la actual campeona de Europa.
Porque Portugal ha empezado ganando, pero en ningún momento se ha visto mandando. Ni siquiera después de largarse al descanso con otra ventaja a la espalda y con la sensación de que si encontraba el camino que le llevara hasta la portería española, encontraría también el tesoro que había escondido entre ella. Solo su negativa a agachar la cabeza y los temblores De Gea le han permitido mantenerse a flote.
Fresco, sin heridas aparentes y como si viniera de completar un stage en La Manga en lugar de llevar tres días saltando entre el fuego, el combinado ha estrenado la mano de Hierro con una actuación incompleta en el marcador, pero totalmente plena en confianza, sensaciones y juego. Sobre todo, juego. A simple vista, España conserva su mayor patrimonio. Y con Irán (la sorprendente líder de grupo) y Marruecos en el horizonte más próximo, solo puede haber sitio para ilusionarse.