El descaro de dos niños, de dos chavales que han inyectado sangre fresca y atrevimiento en las venas de la selección española, enterró cualquier atisbo de fracaso histórico que comenzaba a dibujarse en el horizonte con el 0-1 de Georgia (autogol de Le Normand) al cuarto de hora. Parecía cuestión de tiempo que el vendaval y la enorme superioridad de la Roja (36 remates, trece de ellos a puerta, contra ninguno de su rival) tuviera su reflejo en el marcador. Y así fue.
De la Fuente y la hinchada pasaron del susto a la fiesta para mantener intacta la ilusión en un grupo que el viernes se cita sin complejos con el anfitrión Alemania por una plaza en las semifinales del torneo...
España ha encontrado oro puro en Lamine Yamal y Nico Williams, una pareja que ha encendido la luz tras más de una década en la penuria. La alegría, el desborde y la insistencia en tocar una y otra vez la puerta hasta derribarla permitieron a la selección salir del laberinto en el que se había metido casi sin darse cuenta. Con Rodri como faro, con Olmo agitador –Pedri volvió a ofrecer su versión más gris– y Fabián en plan estelar, España se ha ganado el derecho a soñar. Contra Alemania, el futuro volverá a estar en la sonrisa de los niños. De Nico y Lamine.