David Àlvarez (Efe) BARCELONA
De un
clásico, por muy pasional que resulte, deberían quedar poco más que
rescoldos el domingo si en un par de días se afronta el debut en la
segunda fase de la Liga de Campeones. El velo de olvido, incluso,
se intuiría mayor tras un empate sin goles y a unas alturas de
competición en la que los errores tienen todavía solución. Una
cabeza de cochinillo, objetos de todo tipo y la foto del portugués
Luis Figo fueron el desayuno para los protagonistas del clásico que
se acercaron a primera hora al quiosco. La lluvia, para que el
ambiente de guerra se mantuviese en el ambiente, seguía cayendo
sobre las instalaciones del Barcelona mientras los jugadores de
Louis van Gaal correteaban sobre el césped.
De todos modos, la sombra más alargada que planeaba sobre el Camp Nou era la del cierre del estadio, elevada a categoría de obligada desde los exteriores del recinto y considerada como castigo desmedido desde el interior.
Los argentinos, los más avezados, calificaban de peccata minuta lo sucedido en el clásico español en comparación con lo que ellos han vivido en su país.
La «teoría de la provocación», obra del presidente barcelonista, Joan Gaspart, que culpa a Luis Figo del lanzamiento de objetos por provocar a la grada, también continuaba el día después como tema de debate.
Las gradas, cubiertas por esa capa que forman los papeles cuando se mojan durante horas por la lluvia, ofrecían la imagen de un campo de batalla, donde unos denuncian provocación y otros contemplan el lugar del crimen.