Afronto mi cuarta semana desde que lo dejé todo en Mallorca para viajar por el mundo hasta que se me acaben los ahorros aún con la energía al máximo. Ya he grabado un documental en la frontera con Siria, he disfrutado con jóvenes viajeros en la ciudad costera de Antalya, he hecho parapente en Pamukkale... ha ido todo tan de maravilla que al llegar a la ciudad de Esmirna, los ánimos bajan de golpe. La ciudad no me gusta. Es una urbe grande, pero se me hace extraña y vacía. Tras tantas experiencias y fugaces pero intensas amistades, ahora me encuentro de repente demasiado sola. La gente del hostal tiene otro rollo. Ya no son alegres jóvenes con ganas de salir de excursión y cantar en bares. La mayoría son rusos o asiáticos, con los que comunicarse en inglés es misión imposible.
No guardo de Esmirna ni fotos ni relaciones personales, pero sí me llevo un aprendizaje: aunque las circunstancias no sean las propicias, siempre hay algo que rascar. Y de esta ciudad rasco las charlas. Aquí y allá, en la cocina o en el jardín, he ido hablando con algunos de los viajeros más interesantes del hostal; conversaciones provechosas y muy profundas, a través de las que me han acabado contando sus vidas...y, sobre todo, sus historias de amor.
Rosie, ciclista por amor
Entre los huéspedes majos, está Rosie, una viajera que trabaja en el hostal de voluntaria, a cambio de alojamiento y comida. Conoció a su pareja en 2020 y, aunque ella solo cogía la bici para ir y venir del trabajo en Reino Unido, su novio empedernido de los viajes y del ciclismo, la ha llevado a emprender el junio pasado un gran viaje recorriendo en bici Europa hasta Turquía, donde están ahora y desde donde volverán también a pedales. «¿Cómo te preparaste físicamente?» le pregunté una noche en la cocina mientras nos hacíamos la cena. «No me preparé, simplemente fui a por ello. Las barreras están en nuestra mente y nuestro cuerpo es capaz de hacer cosas que ni nos imaginamos», me contestó, como si fuese obvia la respuesta.
De Corea a Turquía para recuperar la llama
También he estado hablando -o intentándolo- con un chicode Corea del Sur. No sé qué edad tiene, debe de rondar la veintena o como mucho los treinta. Está aquí, en esta ciudad perdida y fea de Turquía, por amor. La chica de la que está enamorado rompió la relación que mantenían a distancia y el joven ha venido desde tan lejos para tratar de recuperarla, aunque, por lo que me ha dicho y yo he entendido, no está marchando la cosa bien. Se han visto, pero no ha cuajado del todo. Le he ido viendo bastante abatido por las noches, cenando noodles en la cocina, solo y sin ganas de hablar. Deseémosle suerte, se queda aquí, pico y pala, doce días más. Mucho tiempo para, repito, una ciudad tan sosa. Pero el amor es lo que tiene, que no entiende de impedimentos ni razones, si de verdad se siente.
Desamores
Otro de los que sufren del corazón es uno de los trabajadores y voluntarios del hostal, un joven italiano. Tiene, el pobre, el corazón roto. Estudió Agricultura y después Literatura, pero lo dejó todo para viajar. Quiere conocer mundo y participar en proyectos de permacultura en granjas y huertos ecológicos. En uno de estos, en Grecia, conoció el año pasado a una chica con sus mismos ideales, una joven que también quería comprar un terreno y emprender un proyecto propio de agricultura ecológica y social. Encajaban a la perfección, pero la chica acabó rompiendo con él porque no quería renunciar a su independencia. Esto ocurrió en verano y ahora, antes de volver a Italia para cuidar de su abuela que se está muriendo, el italiano hará una parada en Grecia para tratar de recuperarla. Dice que nunca había sentido algo así y se niega a dejar pasar la oportunidad de compartir la vida con ella por una ralladura mental.
Más por perdida doy la historia de amor del huésped alemán. Se dedica a grabar documentales desde hace dos años, cuando filmó el primero con la que entonces era su pareja, natural de Estambul. Al final, con el paso del tiempo, los roces han hecho mella y ella le dejó por ser «un niño pequeño», según ha reconocido él mismo. Aún así, ha decidido hacer una última proyección del documental en Estambul, en el cine preferido de la mujer y donde siempre lo había querido proyectar. Ella ha rechazado la invitación para asistir. Ahora lo distribuirán gratuitamente y romperán el único lazo que los une, el documental.
Estambul y el gran terremoto que se avecina
Ah! E historias de amor y cotilleos viajeros aparte, ¡he vivido un terremoto de 5 grados de magnitud! Ha ocurrido a las 8 horas de la mañana. Estaba durmiendo y no me he enterado de nada. Por la noche, hablando del tema con el documentalista alemán, hemos estado comentando el gran terremoto que se espera tarde o temprano en Estambul. Los expertos prevén que será de, al menos, 7 grados de magnitud -la misma que provocó más de 50.000 muertes el año pasado en el sur del país-. Se lleva acumulando un enorme estrés sísmico durante décadas y se espera que ocurra en los próximos treinta años. Se sabe que va a ser una de las catástrofes más importantes del siglo. Recordemos que Estambul es la ciudad más poblada de Europa, con 20 millones de habitantes, con multitud de rascacielos y edificios altísimos, algunos de los cuales a duras penas resistirán los embistes. Y no, no es ciencia ficción ni una predicción catastrófica. Es un futuro que se conoce y con el que los habitantes de esta ciudad conviven con total normalidad.
Lo digo con total conocimiento de causa. La primera vez que me percaté de lo enserio que iba la cosa fue al principio del viaje, paseando por Estambul con Carlos, un español residente aquí. Encontramos un extraño cartel que advertía de hacia dónde huir en caso de tsunami. «¿Tsunami aquí en el Mediterráneo?», pregunté. «Por si el gran terremoto lo provoca», me respondió él, quien guarda un kit básico de supervivencia al lado de la cama, con alimentos y agua para sobrevivir el máximo de tiempo posible bajo los escombros.
El documentalista alemán en Esmirna también está muy al tanto del tema. La chica con la que ahora mantiene un breve afaire vive en Estambul y estando en su casa, en la cama, le dijo que si ocurría el terremoto fuese directo a unas escaleras de detrás de una puerta que había frente a la cama, que conducían a un parque. Le dijo que tenía 30 segundos para bajarlas, que es lo que calculaba que su edificio tardaría en colapsar, porque era antiguo. Y esto, después de hacer el amor. De verdad que no me imagino, primero, que tantos miles de personas vivan en esta ciudad, con este miedo constante y normalicen semejante desastre.
El encanto de Turquía
Tras los primeros cinco días en la capital, al inicio de la aventura turca, y los últimos tres, ya al final antes de coger el vuelo hacia la India, marcho enamorada de la ciudad. Estambul es, por encima de todo, diversa. Son muchas ciudades en una: desde la zona de altísimos rascalielos, como si de Manhattan se tratara; pasando por el barrio de Pera, con calles de estilo parisino; Santa Sofía y la Mezquita Azul, rezumando ese pasado religioso e imperial; el Bósforo y el cuerno de oro, con los pescadores al atardecer y los buques mercantes pasando bajo el puente, recordando la importancia de un enclave estratégico para varias civilizaciones -griegos, romanos, persas, otomanos...- a lo largo de milenios. Añoraré los puestecillos de comida callejera, con mazorcas de maíz y simits -pan típico en forma de donut-; la diversidad de paisajes del país y, sobre todo, a los turcos.
De souvenir me llevo su hospitalidad. Nos han invitado a dormir en sus casas, a barbacoas, nos han dado café, comida, todo lo que estaba en sus manos. Es muy fácil compartir con los demás, no cuesta nada y repercute de forma muy positiva en el otro. Trataré de aplicarlo en recuerdo de lo bonito de Turquía. Ahora cambio totalmente de cultura y de país. Vuelvo a estar sentada frente a la puerta de embarque, esta vez, esperando un vuelo hacia la India. Vuelven los nervios, la expectativa de lo que está por ocurrir...pero todo eso ya queda para las siguientes crónicas de mis peripecias por el mundo. Os las sigo contando en Ultima Hora y en mi cuenta de Instagram. ¡Nos leemos en Delhi!