Con el permiso de los lectores, empezaré esta nueva sección de viajes yendo al grano. Soy Marina J. Ramos, una joven periodista de Mallorca, que, con 25 años y cuatro mil euros de ahorros, he pedido un año de excedencia en el trabajo y emprendo ahora mi primer gran viaje para ver mundo. He dejado atrás a mi familia, a mis amigos, a mi trabajo, mi isla, mi rutina,… todo. ¿Y por qué? Espero que el lector lo comprenda al final de esta primera crónica.
Antes de empezar a entrar en materia y contextualizar la situación, quiero puntualizar que no soy valiente. No soy aventurera. No soy nada del otro mundo. Soy una persona de lo más normal. Simplemente ahora, a mis 25 años, me he dado cuenta de dos cuestiones que, para mí, han sido las detonantes para lanzarme a esta pequeña gran odisea personal. La primera, que la vida es efímera y temerosamente inestable. Siento que vivimos en modo piloto automático, siguiendo lo que se supone que tenemos que hacer (estudiar, trabajar, tratar de construir un hogar, tener pareja…) mientras vamos capeando los baches que se nos presentan; porque, por mucho que tratemos de controlarlo, un día te dicen que tu madre está enferma o que tu empresa cierra y todos tus planes se convierten en papel mojado.
La segunda cuestión que me ha conducido a mi situación actual ha sido básicamente el hastío vital. El mundo está lleno de soñadores, personas idealistas -entre las que me incluyo-, que se mueven por sus grandes aspiraciones futuras. Precisamente por ser consciente del limitado tiempo que tenemos, siempre había tenido en el horizonte mi gran sueño: dejarlo todo y marcharme a viajar por todo mundo. Supongo que es uno de los ideales más arquetípicos que casi todo el mundo comparte y ha sentido con mayor o menor intensidad en algún punto de su vida, pero, ¿quién conoce a alguien que lo haya hecho de verdad? El problema viene, como en casi todo, en materializar esos sueños. Y no hablo de su éxito o fracaso, sino simplemente de tomar acción respecto a ellos.
El punto de inflexión me llegó de repente, como una iluminación, aunque, había ido cociéndose durante meses atrás, en los que, poco a poco, fui perdiendo la luz. Un día me desperté y caí en la cuenta del vacío que acumulaba. No me podía quejar: tenía un trabajo que me gustaba, una red de amigos de confianza, una familia a la que quería con locura, … Iba todo perfecto, pero no me bastaba, porque la vida que llevaba no concordaba con los valores que me movían. No era la vida que quería vivir. No, al menos ahora. Recordé ese gran sueño de viajar sin billete de vuelta, en lugares lejanos, entre culturas muy diferentes a la nuestra, y, en vez de verlo como un imposible como hasta entonces, me lo planteé de verdad. Ya fuese por el aburrimiento vital que sufría con apenas 25 años, o porque a cabezona, a veces, no me gana nadie, esta vez me negué a dejarlo pasar. Concluí que lo único que me separaba de mi Marina aventurera era dar el paso. Materializar el sueño.
¿Cómo podía viajar sin ser rica, sin tener un trabajo a distancia y sin experiencia similar previa? Abrí un documento de texto en el ordenador y me obligué a encontrar la manera más factible. Si miles de personas lo estaban haciendo, yo también podía. Solo debía encontrar mi fórmula particular. Finalmente, concluí que lo que estaba en mis manos era ahorrar varios meses y hace unas semanas pedí un año de excedencia en el periódico. El torbellino de emociones -miedos, incertidumbres, cuestionamientos personales- ha sido el primer desafío que enfrentar, pero me ha ayudado a sentirme viva otra vez. Ha sido el punto de partida del héroe en su camino al principio de la historia. Y solo eso, me ha devuelto la chispa perdida y me ha permitido sobrellevar las críticas o incomprensiones externas de forma más amena.
Empiezo el nuevo año con un billete de avión a Turquía, solo de ida; con cuatro mil euros ahorrados y dos mochilas con los pocos enseres que necesitaré en los próximos meses. «¿Y cuando se acabe el dinero?», me preguntan. Ya se verá. Ahora, me pesa más el miedo a perder el tiempo y no explotar todo mi potencial. Y, al contrario que en épocas anteriores, esa página totalmente en blanco de mi futuro me llena de adrenalina y me aleja de la vida en Mallorca demasiado previsible que llevaba hasta ahora.
Hechas ya las despedidas y facturada la maleta grande, me siento frente a la puerta de embarque, a la espera del vuelo que compré con determinación y que me empujó a cerrar el plan. Manos frías, corazón a tope y pensamientos revoloteando sin control. Me he lanzado a la piscina y no sé ni qué me espera, ni si me gustará, ni si echaré mucho de menos, ni si estoy hecha para esto…«Madrid-Estambul», anuncia la pantalla del mostrador. Me voy a Turquía a grabar mi primer documental sobre los terremotos que azotaron el país hace un año. Otro gran sueño pendiente. Pero eso lo contaré en las próximas crónicas en Ultima Hora y en mi cuenta de Instagram. Empieza la aventura.