Eres el espejo en el que se miran tus hijos. Así de claro lo pone la coach de Salud, Marga Almarcha. Aunque reconoce que «como padres estamos dejando de ser un referente para nuestros hijos debido a la gran influencia que tienen sobre ellos sociales», considera que «es necesario trabajar en nosotros para poderles dotar de herramientas que les ayuden a desenvolverse en un mundo donde valores tan importantes como el respeto, la responsabilidad, el compromiso o la honestidad parecen estar en desuso».
La coach sostiene que «podemos regalar lo mejor de nosotros a los que nos rodean, nuestro ejemplo. Invertir nuestro tiempo en el tipo de ejemplo que queremos dar a nuestros hijos es de vital importancia, si nuestro deseo es que vayan creciendo con referentes claros y, sobre todos, con valores sólidos que les sirvan de guía». En este punto, expone que «si queremos que nuestros hijos se gobiernen, asuman responsabilidades y sepan desarrollar unas buenas habilidades sociales hay que apuntar hacia nosotros, los padres, cómo creadores de un modelo positivo de referencia para nuestros hijos. Un modelo comprometido donde la coherencia en las acciones sean el reflejo de haber asumido los valores que queremos transmitir».
Almarcha advierte que «en muchas ocasiones somos nosotros mismos, como padres, los que generemos las mayores incongruencias en nuestros hijos al no haber coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos». Para comprobarlo, pone algunos ejemplos. «¿Cuántas veces no hemos sermoneado a nuestro hijo sobre la importancia de leer, cuando nosotros no cogemos un libro? ¿Cuántas veces no le vendemos la importancia de una alimentación saludables, cuándo somos los primeros que comemos de una forma desequilibrada? ¿Cuántas veces les pedimos a nuestros hijos que no nos interrumpan, mientras que nosotros les interrumpimos constantemente cuando están hablando de algo, que encima les hemos preguntado?».
«Esto provoca que nuestros descendientes sigan nuestro patrón y, por tanto, han lo contrario de lo que les hemos pedido». Por ello, considera fundamental «invertir tiempo y esfuerzo para ser ese referente positivo en todos los sentidos y, sobre todo a nivel de valores, de habilidades sociales e igualdad, tan necesarios en la sociedad actual».
¿Qué podemos hacer nosotros?
Para conseguirlo, Almarcha propone «ser coherentes en nuestras acciones y en nuestro discurso. Para ello es necesario, revisarnos constantemente para reconocer si eso se está dando o no y, si es preciso, cambiar lo que sea necesario de nuestro discurso o de nuestras acciones». También insta a «reconocer los valores que queremos transmitir, identificando acciones concretas para poder llevar a cabo esa transmisión. No basta con pensar que soy responsable o amable, es necesario saber hacerlo llegar haciendo participe a nuestros hijos de ello».
Otra de las claves es «tener claras cuáles son nuestras líneas de actuación sobre los temas importantes para cada uno de nosotros, como pueden ser la convivencia, la comunicación, la gestión de conflictos… Para ello, es necesario ser consciente de dónde venimos y qué hay en nuestra mochila. Venimos con muchos patrones incorporados, que ya no nos sirven para educar en la sociedad actual: es necesario más diálogo y menos 'porque te lo digo yo, que soy tu padre o tu madre'».
Además, conviene «generar espacios de seguridad, en los que se pueda fomentar el diálogo de manera abierta y honesta; y donde nuestros hijos noten que pueden ser vulnerables. Para ello, deben sentirse escuchados y tenidos en cuenta y esto pasa por que se respeten los turnos de palabra, porque haya una escucha activa, se respeten todas las opiniones; así como que se eviten los sarcasmos y la condescendencia, que solo lleva a generar desconexión. Es responsabilidad nuestra generar estos espacios seguros para que ellos puedan desarrollarse y, sobre todo, tengan las bases para repicarlos en sus interacciones con los demás».
«Sin duda, la empatía se posiciona como una capacidad que tenemos que cultivar, desarrollar y transmitir si queremos hijos compasivos y considerados con los demás. Y, por último, practicar la humildad, reconociendo que nos equivocamos, que cometemos errores y que no lo sabemos todo. Admitirlo y reconocerlo es un gesto de vulnerabilidad y generosidad que nos puede acercar más a nuestros hijos, ya que pueden vernos como personas reales y próximas y no como esa figura a la que tengo que hacer caso por el mero hecho de ser mi progenitor».
Por último, expone que «si queremos que nuestros hijos desarrollen un pensamiento crítico, que se cuestionen las cosas, que mantengan una escucha activa y que respeten tenemos que empezar por mostrárselo nosotros mismos y ver cada interactuación con ellos como una práctica. Para que nuestros hijos se desenvuelvan en una sociedad cada vez más plural, intercultural y globalizada es necesario desarrollar una mirada flexible, que sea capaz de ver la multitud de escenarios con los que convivirán y, para ello, nosotros como padres tenemos que incorporar esa mirada con una gran honestidad».