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Curiosidades y tradiciones mallorquinas

Los patios de Palma, patrimonio de la Humanidad

Estos meses de mayo y junio, previos al Corpus, propios y extraños tendrían que poder saborear esta excelencia histórica y artística

Casal Solleric (Dibujo Gaston Vuillier).

| Palma |

Los patios de Palma constituyen una aportación de nuestra ciudad al patrimonio de la Humanidad, aunque nadie haya arreglado todavía los papeles para oficializar tal declaración. Estos meses de mayo y junio, previos al Corpus, propios y extraños tendrían que poder saborear esta excelencia histórica y artística. En 1918 el arquitecto Guillem Reynés hizo una descripción muy clara y concisa de la tipología modélica de la casa ciudadana con patio: «Un portal de medio punto da entrada a un zaguán espacioso con un patio central desde donde arranca la escalera. Con ligeras variantes, las crujías que rodean los patios se encuentran sostenidas por arcos; y en la disposición de las escaleras, de una gran variedad en la unidad de criterio, es tema obligado la indispensable galería del rellano que permite la entrada al piso, con una puerta a cada lado. … Un entresuelo para estudios y un ‘porche' o desván para trastero y tendedero completan los servicios de nuestros palacetes. Es siempre la misma tradición romana en torno a un patio».

Sin embargo, a partir de este modelo básico, los patios de Palma, y la decoración de la casa en general, se adaptan a la moda o al estilo del momento histórico que los ha visto nacer. Los patios de estilo gótico, de los siglos XIV y XV, se decantan por un intimismo, con patios a cielo abierto relativamente pequeños, con escaleras rectas o en escuadra, a menudo ornamentadas con barandillas o pasamanos esculturados y con paneles calados. Avanzado el siglo XV, la superficie del patio se irá ampliando y las escaleras alcanzarán una monumentalidad remarcable. Son espacios con acceso, mayoritariamente, por un portal de medio punto dovelado e introducidos por una entrada (vestíbulo o zaguán), normalmente con artesonado de madera, que a veces puede ser de estilo mudéjar. En la entrada se abrían los portales de los estudios «decorados con delicadas tallas góticas rematadas por emblemas heráldicos de la familia», como dicen Maria Barceló y Guillem Rosselló Bordoy. Un arco apuntado u ojival comunicaba con el patio a cielo abierto. Los arcos ojivales estaban acompañados por ventanas con arcos conopiales y, tanto en las fachadas exteriores como en los muros de los patios, con las características ventanas ‘coronellas' (ajimezadas).

Dicen A. Byne y M. Stapley: «Los palacios góticos recordaban a los de Barcelona. El tipo de escalinata de Palma, como la de Can Oleo, se puede reconocer fácilmente en la calle Montcada de la capital catalana; igualmente pasa con la pequeña ventana gótica bocelada de las mansiones de Palma, el portal de arco redondo con anchas dovelas planas, la ventana geminada que se suele llamar ‘finestra coronella' y la pequeña galería abierta bajo el alero de la azotea... por toda la ciudad los propietarios de casas del siglo XV empezaron a sustituir las graciosas ventanas ‘coronellas' por aberturas rectangulares, a veces con marcos bocelados, a veces cortados... otra alteración de las fachadas fue la ampliación del portal. Empezaba a usarse con cierta frecuencia los coches [de caballos], lo que exigía que las puertas de los patios fueran más anchas; sus batientes todavía giran sobre quicios pensados al estilo moro». En el tipo de casa más antigua, se entraba por el zaguán, donde la gente bajaba del carruaje o de la cabalgadura, recinto generalmente cubierto con un techo de madera decorada (artesonado), de donde se pasaba a un pequeño patio al descubierto del que partía la escalera adosada a la pared.

Byne y Stapley se refieren a la tipología de la escalera gótica: «Si la escalera es de los tiempos góticos, se diseña a lo largo de uno de los lados del patio con un arco rebajado encima... La escalera gótica tenía un parapeto de piedra calada similar a lo que se puede ver en las casas medievales de Barcelona». El patio gótico, como dicen M. Barceló y G. Rosselló Bordoy «se caracteriza por la escalera monumental con barandilla de obra de paneles calados con tracerías góticas. Salvo la escalera de los Oleo, el resto han desaparecido».

En los siglos XVI y XVII el pequeño patio gótico y la escalera continuaron su proceso de expansión y monumentalidad, ya iniciado en la segunda mitad del siglo XV. Los patios se ampliaron, aunque eso supusiera sacrificar parte del espacio reservado a las habitaciones del señor o del servicio y los elementos significativos del entorno del patio se trataron artísticamente. En este sentido, durante el renacimiento, las dimensiones de la escalera crecieron considerablemente; como dicen Byne y Stapley, que hablan también de las escaleras del primer barroco: la escalera «proyectó sobre el patio una especie de dosel. De este tipo, existen diversas variantes, subiendo la más sencilla hasta una plataforma, circulando después la galería a lo largo de la pared, como en Can Oleza». También se refieren a las barandillas de las escaleras: «Durante los siglos XVI y XVII la baranda era de hierro forjado e imitaba con su silueta los balaustres de piedra. Este detalle nunca se encuentra en la Península. Los balaustres simulados eran de un cuarto de pulgada de grosor, con una superficie bien pulida, y nunca eran calados; los pintaban de negro y después les ponían aceite». Desde el punto de vista de la escultura, muy a menudo aplicada a la decoración arquitectónica en forma de relieves para las ventanas, portales y galerías de las casas, el Renacimiento comienza en Mallorca con el escultor Juan de Salas, aragonés, que trabajó en la Catedral entre 1526 y 1530.

La casa más significativa del Renacimiento en Palma es Can Catlar (calle del Sol), con una carga iconográfica impresionante en su fachada; aunque el patio nos ha llegado modificado, son destacables los portales de los estudios. Otra casa importante del renacimiento era la Posada de s'Estorell, que tenía un magnífico patio, enmarcado por el zaguán, la escalera y la galería; todo un repertorio de relieves artísticamente cincelados decoraban el espacio: grutescos fantasiosos, muestras del bestiario, con gran carga simbólica, escudos nobiliarios y motivos vegetales. Lamentablemente, todo el conjunto fue desmontado a finales del siglo XIX y vendido posteriormente.

La plenitud del patio ciudadano llega con el estilo barroco, que abarca desde la tercera década del siglo XVII y buena parte del siglo XVIII. Se construyen espacios con una monumental escenografía, que puede llegar a la suntuosidad; son patios presididos por columnas de fuste bombado (éntasis) y capiteles con volutas jónicas que sostienen arcos extremadamente rebajados (los popularísimos arcos de ‘ansa-paner'). La escalera se hace más ancha, con escalones de piedra de Santanyí y la baranda de hierro con balaustres planos; avanzado el siglo XVIII, aparecerán también las escaleras imperiales. Las galerías o loggias con esbeltos arcos y con motivos heráldicos serán también muy representativas del patio barroco. Como recogen A. Pascual y J. Llabrés, los patios tienen «la naya con sillares impecablemente cortados, monumentalizada en los patios más relevantes con la espléndida loggia a la italiana, de tres arcos con balaustrada»; entre 1675 y 1775 los patios de Palma «constituyen la máxima expresión de una forma muy particular de interpretar el arte barroco, adaptado plenamente a la sabiduría técnica de los maestros locales y a la asimilación de una arquitectura italianizante» .

Can Vivot (Parcerisa, 1840)

En los patios del siglo XVIII aparece la escalera imperial, dividida en dos tramos separados: la escalera «en los ejemplos más ambiciosos da acceso a una plataforma central y después se divide en dos alas separadas que terminan en cada uno de los extremos de la galería superior » (Byne-Stapley). El ejemplo más escenográfico de escalera imperial es Can Vivot. Hay casas del barroco más tardío que aportan escaleras imperiales invertidas, es decir, que comienzan en dos tramos que confluyen en uno superior; son ejemplos Can Morell (Casal Solleric) y Can Marquès (calle Apuntadors).

En los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX aparecen algunos patios clasicistas, con serlianas o columnatas dóricas, como la que hay en Can Montenegro o en el patio llamado Can Servera (calle de la Concepción); otro patio clasicista es Can Armengol, en parte diseñado por Isidoro González Velázquez.

Avanzado el siglo XIX, las casas y sus patios se adaptan a las nuevas modas, englobadas bajo el epígrafe genérico de ‘historicismo'. En la calle de Sant Jaume tenemos dos muestras preciosas; por un lado, Can San Simon, ejemplo de un clasicismo llamado neorrenacentista y, muy cerca del anterior, Can San Simon Menor o Can Rul·lan (sede de la Fundación Barceló), una bellísima muestra del neogótico. Otro gran patio neogótico es Can Espanya-Serra, con una monumental escalera esculturada.

El siglo XX aporta estilos tan importantes como el modernismo y el regionalismo arquitectónico. Con el modernismo, como afirman A. Pascual y J. Llabrés, «los patios se convierten en auténticas cajas de escalera cubiertas con lucernarios». El modernismo afecta a los patios con reformas parciales y aportaciones decorativas más que con casas de nueva construcción; ejemplos como Can Marqués (Can Vich de Superna) o la fachada de Can Castelló nos ofrecen un repertorio ornamental modernista.

El regionalismo arquitectónico, también denominado ‘noucentisme', supone todo un revival de la arquitectura tradicional, básicamente del barroco; por eso, las muestras más representativas de patios de este estilo, en torno a los arquitectos Guillem Reynés (Can Gallard del Canyar-Museo de Arte Contemporáneo), o Guillem Forteza, serán básicamente obras neobarrocas. Inspirado en un borrador del arquitecto Forteza, el madrileño Gutiérrez Soto diseñó uno de los patios más recientes de Palma y, al mismo tiempo, de los más suntuosos, el Palau March (1945).

Can Oleza (Foto Parera, 1897).

Una de las funciones de los patios de las casas señoriales de Palma era servir de espacio de descarga de productos del campo. Los señores (propietarios) de posesiones cobraban una renta con dinero 'contante y sonante' y recibían en el patio de su casa los productos en especie (agatges) estipulados en los contratos de arrendamiento. El Archiduque Luis Salvador, hacia 1880, nos recuerda la actividad frenética que se desarrollaba en los patios: «El patio forma pórticos muy apropiados para la descarga de los carros que traen al señor los más variados productos de sus fincas». Normalmente se realizaba el pago tres veces al año; eran las conocidas «terces», es decir, una tercera parte de la renta anual. La documentación de los archivos se refiere a ellas con frecuencia. Un ejemplo, en documento firmado por mano de notario el 12 de marzo de 1826, es el contrato de arrendamiento de s'Alqueria d'Avall (Bunyola) pactado entre Joan Noguer y Asprer, señor de la posesión, y el arrendatario (‘amo'), el buñolí Vicenç Rosselló. El arrendatario estaba obligado a transportar la renta en especie a la casa del señor propietario, en este caso Can Pisà del Pas d'en Quint: «deureu vos dit conductor a mes de dita ànnua mercè (renta anual), entregar-me cada any quatre odres d'oli simat, sis capons, sis gallines i sis pollastres en el dia de Sant Tomàs Apòstol, un quintar de llana a la tisora (esquileo), sis sàrries de carbó, dues anyelles de primera cria, i dues de segona per les festes de Pasqua de Resurrecció, vuit carretades de llenya, nou barcelles d'olives verdes i negres, mitja quartera d'ametles, un quintar de formatge en el mes de abril, fruita i verdura un dia cada setmana, tot portat a costes vostres, inclús el dret de portes, en la nostra casa i habitació d'esta Ciutat».

Aportamos dos ejemplos más de este trajín de productos del campo, en concreto hasta la mansión llamada Can Vivot: El 9 de julio de 1837 se firmó un contrato de arrendamiento de Ca l'Ardiaca (Palma) entre la señora Anna de Pax , marquesa viuda de Vivot y el arrendatario Josep Schembri; además de la ‘annua merced' o renta en dinero anual, el conductor de la finca (arrendatario o amo), tenia que entregar a la señora cada año del arrendamiento doce cuarteras de cebada «buena, limpia y ‘porgada', aportada en mi casa habitación de esta ciudad». Esta señora, entre los pagos en especie de muchas otras fincas, también recibía del ‘amo' de Son Vivot de la Torre y es Pinar (Bunyola y Marratxí) «deu carretades de llenya aportada a costes vostres a la mia casa habitació de esta ciutat».

Los patios de Palma a menudo guardan sugerentes leyendas o detalles enigmáticos. Como dice Miquel dels Sants Oliver en uno de sus poemas: «patis de misteri plens d'amagatalls, / ombres que recorden vespres de difunts, / argolles dispostes per fermar cavalls / i reixes que parlen d'unes fellonies / i unes banderies, / i de Canamunts / i de Canavalls». Los relieves de Can Ordines de Almadrà y de la Posada de s'Estorell, las esculturas de Can Catlar o las iconografías de Can Espanya-Serra entran de lleno en esa dimensión a caballo entre el arte y el paisaje emotivo, por muy urbano que sea.

Sería muy buena idea recuperar la «Ruta de los Patios de Palma»... todas esas vivencias, y emociones recobrarían vida en los escenarios que las inspiraron.

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