En Ciudad Jardín, justo al lado de algunos referentes en pescado y marisco a la plancha, se encuentra un asiático con interesantes toques mediterráneos, agradable y bien montado, llamado 6th Sense. El nombre confunde un poco porque tras él podría esperarse cualquier tipo de cocina, pero realmente sorprende al encontrarnos con un restaurante en el que han conseguido una buena mezcla de platos del sudeste asiático maridados con productos mediterráneos y de la cocina española (presa ibérica al estilo cantonés, parmentier de patata y boletus; cordero al estilo Ruta de la Seda o pad thai con calamar y gamba roja), más otros propios de cualquier buen restaurante de carne (entrecot irlandés madurado 40 días, T-Bone premium o chuletón de vaca gallega). Un eclecticismo que se extiende también a los platos de pescado y marisco, como las ostras nikkei, mejillones al curry thai, el pulpo a fuego wok, tartar de atún rojo o un bacalao marinado en miso, con compota de manzana asada y verduras salteadas al wok.
El restaurante llama la atención por su atractivo exterior, con una terraza protegida con arbustos ideal para cenar o tomar una copa en el buen tiempo, y un cuidado interior. Sus promotores, uno de los cuales trabajó con Andreu Genestra y tuvo restaurante y bar de cocktails en Palmanova (Gelacious), han encontrado la oportunidad de hacerse con un local, concebido por sus anteriores dueños como bar de copas argentino-brasileño con pretensiones, que no terminó de cuajar, y han aprovechado parte de la decoración añadiendo un toque propio, con muchas plantas, simulando un bosque indonesio, mesas separadas y zonas de sofás, que le imprimen un ambiente juvenil y desenfadado que parece resultar atractivo a sus clientes. El día en que lo visitamos –un lunes de temporada alta–, estaba prácticamente lleno.
Su oferta es atractiva y en proceso de ajuste de su concepto gastronómico, que es integrar más los platos asiáticos con los de la cocina local. Por ejemplo, el rendang padang que tomamos, típico de la cocina balinesa, lo elaboran con un sabroso rabo de vaca a baja temperatura con curry thai –chiles rojos, ajo, jengibre–, citronela, especias y leche de coco, acompañado de arroz jazmín. Un plato de sabores diferenciados, con buena ligazón de sus componentes (24,8€). Y lo mismo cabe decir de las gyozas mar y montaña, rellenas de langostinos, carne de cerdo ibérico y verduras, correctas de punto y abundante ración –seis unidades– (12,8€).
Nuestro menú terminó con una rica mousse de pistacho con base de aceite de coco y dátiles (8€), regado con un Ribera –la carta ofrece también unos cuantos Riojas y abundantes mallorquines– de precio aceptable, que encajaba bien con el guiso de carne y especias. Disponen de una buena representación de blancos gallegos más algún francés. La mayor parte de la clientela era extranjera, atraída por esa cocina híbrida y ligera propicia para compartir informalmente. A destacar el buen servicio, con unos camareros muy pendientes de las mesas, atentos sin ser agobiantes, con detallada explicación –sobre todo de los platos con nombres poco familiares para los comensales– por parte del encargado de sala, y con cambio de cubiertos –incluso de servilletas, eso sí, de papel– tras cada plato. A destacar sus cócteles, como el mai thai a base de ron blanco añejo, Cointreau (lo ponen dos veces en la carta y las dos mal escrito), zumo de lima y sirope de almendra.
Un restaurante agradable y acogedor en una zona ajena al bullicio del centro capitalino, que ofrece una buena alternativa tanto para un público más joven como para clientes que deseen disfrutar de una cocina oriental hermanada con la mediterránea.