Vamos a entrar en el mes de mayo, cuyas características climáticas en la geografía mediterránea hacen aumentar la actividad de las abejas. Sus tareas de recolección de polen de las primeras plantas con flores, principian la producción de la llamada miel de mayo o de milflores, nombre adjudicado por el mes de inicio de su producción.
La floración de muy diversas plantas que en ese tiempo crecen en entornos similares y a menudo próximos, facilita la tarea de las abejas recolectoras y la miel producida es el resultado de una amplia variedad de flores propias de la temporada. La variabilidad de sus más de trescientos componentes le proporciona una composición química notablemente compleja y aspecto diferente según las flores de procedencia. Inicialmente presenta una transparencia de color amarillo claro, que a veces se torna verde pálido. Es una miel de sabores más delicados y mucho menos acusados que la de otoño, por lo que esas características sensoriales la hacen especialmente popular y le aseguran una importante demanda.
Tanto esta miel primaveral como el resto de sus variedades tuvieron unas connotaciones especiales en el contexto de la fertilidad agrícola primigenia. Textos ugaríticos de Ras Shamra pertenecientes al Ciclo de Baal, fechados en los siglos XIV-XII antes de la era cristiana, relatan como «los cielos llovieron aceite / los ríos fluyeron miel». Las capacidades fertilizadoras del dios Baal se las apropiará, siglos más tarde, Yahvé prometiendo a los judíos esclavizados en Egipto «llevarlos de esa tierra a la tierra buena y ancha, tierra que mana leche y miel». La interpretación tradicional de ambas metáforas se considera un estereotipo de la fertilidad de la tierra, ya que sin feracidad agrícola no pueden darse esos productos. Lo mismo ocurre en al-Yanna, el posterior paraíso musulmán, que incorpora estos mismos significados, fluyendo en él también ríos de leche y miel.
La miel tenía, y conserva aún, un destacado papel en las mesas musulmanas antiguas, en cuya dulcería fue el edulcorante fundamental y un ingrediente común en las cocinas del Levante mediterráneo. El conocido gusto de Mahoma por los alimentos dulces, contribuyó a proporcionarle un significado religioso, haciendo que tortas, galletas y buñuelos de miel fueran especialmente populares durante las celebraciones del mawlid o cumpleaños del Profeta. Su demanda llevó a crear una serie de rutas comerciales que desde concretas y selectas zonas de la Corona de Aragón transportaron al Mediterráneo oriental considerables cantidades de miel entre 1370 y 1440.
Partidas de cuantía variable fueron embarcadas desde Barcelona, Mallorca, Valencia o Colliure hacia Levante, destinadas sobre todo a un consumo de carácter elitista. La importancia de ese comercio contribuyó a nuestra economía, pero fue su notoria y continua demanda en países árabes lo que llevó a colocarla en una posición de producto alimentario preferente. En ésta consideración se ha mantenido hasta la actualidad, a pesar de la competencia a la cual viene sometiéndole el diferente gusto dulce proporcionado por el azúcar.