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Visita a la Orden de Malta

El grupo de mallorquines comandado por Esteban Mercer ha podido visitar en Roma uno de sus lugares más inaccesibles

Blanca González Miranda; Àngels Mercer; Carmen Llompart; Maite Arias; Sonia de Valenzuela; Gari Durán; Clara Chinea; Nita Aspiazu; María Gual de Torrella, Ernesto Balda; Antonio García de Garmendia; Blanca Gual de Torrella; Sabina d’ Inzillo Carranza de Cavi, Luís Gonçalo Villas-Boaz Carcavelos y yo. | Esteban Mercer

| Palma |

El grupo de mallorquines invitados a pasar ese fin de semana mágico en la ciudad eterna tuvimos el inmenso privilegio de poder visitar uno de los lugares más inaccesibles de la ciudad. En realidad estuvimos en otro Estado, cerca del Estado vaticano y dentro del Estado italiano. En la mañana del sábado tuvimos la ocasión de visitar la Villa del Priorato de Malta. Se trata de una de las dos sedes de la Soberana Orden Militar de Malta y su ubicación en el monte Aventino la convierte en uno de los mejores lugares para ver Roma en todo su esplendor.

El día amaneció cálido y soleado, así que todo estaba a nuestro favor para que disfrutáramos de la historia y la viviéramos en primera persona. Se trató de una ocasión única dado que lo usual es poder sólo vislumbrar su interior a través de un ojo de cerradura (Il Buco Della Serratura) situado en su pórtico central. Ante este agujero, los turistas hacen cola para ver el curioso juego de perspectiva gracias al cual se puede ver la cúpula de la basílica de San Pedro, mucho más cerca de lo que en realidad está. O, como nos explicará nuestro amable guía, la posibilidad de ver tres Estados a la vez (la villa, que tiene estatus extraterritorial; Roma, en Italia y al fondo, la Ciudad del Vaticano). Los que han visto la película La gran belleza recordarán esa cerradura mágica por la que asoman a diario cientos de ojos curiosos y expectantes ante la magia que se produce.

Nuestra suerte fue poder ver los ojos desde el otro lado, ver cómo sus pupilas se abrían y cerraban en un juego inolvidable y armónico que todos comprendimos. Y es que atravesado el portón y tras admirar el magistral pórtico diseñado por Giovanni Battista Piranesi, nos adentramos en un espacio por el que han pasado monjes benedictinos, caballeros templarios y caballeros hospitalarios (los antecesores de la Orden de Malta) y que entre los siglos XV y XVIII sufrió toda una serie de remodelaciones que le han convertido en ese lugar mágico que aparece en la película La gran belleza de Paolo Sorrentino. De alguna manera sentimos que podíamos estar en cualquiera de las posesiones que pueblan Mallorca. Elegancia, historia y sobriedad. Nada más.

Sí, algo más, muchos siglos de historia. Avenidas de cipreses recortados, jardines escondidos entre setos de mirto, fuentes cubiertas por la pátina de los siglos en las que se mezclan los motivos paganos y cristianos, flores en macetas de terracota, naranjos inusualmente esbeltos. Uno no sabe dónde mirar. Efectivamente, se trata de la gran belleza. Los edificios, una curiosa mezcla de estilos entre los que destacan el barroco y el neoclásico, y que llevan su decadencia con esa elegancia tan característica de Italia.

Del esplendor y de la historia de la Orden de Malta da fe, sobre todo, la sala capitular de cuyas paredes cuelgan un gran número de retratos de los grandes maestres de la orden que ha habido a lo largo de su historia. Así como la colección de objetos de porcelana china de gran valor y notables obras de arte. También, la iglesia de la Orden de Santa María del Priorato, una iglesia probablemente medieval que fue totalmente rediseñada por Piranesi en el siglo XVIII y en la que se le otorgó el honor de ser enterrado al morir.

Antes de irnos, un último paseo por este lugar de ensueño, no sin antes detenernos en uno de los miradores que se asoman sobre el río Tíber y contemplar una ciudad que, no importa cuántas veces la visitemos, siempre nos enamora. Por muchos motivos, entre los más destacados su capacidad de recibir con los brazos abiertos y la máxima elegancia a quien la visita. Se dice, y es cierto, que todos los caminos conducen a Roma, y fue allí donde nos encontramos con el lujo y la elegancia de toda la vida, esa que nunca debería perderse pues la hemos heredado tras siglos de refinamiento. En una época como la que estamos viviendo, tan similar a la oscuridad de la Edad Media, ver el brillo de los salones de Roma es un regalo impagable y así vivimos la primera de nuestras noches romanas. Se lo cuento.

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