Hace casi cuarenta años una joven de 19 años, que llevaba un año casada, apareció brutalmente asesinada en su dormitorio de Palma. Su marido sostuvo que tres atracadores habían irrumpido en la casa y la habían atacado, pero había demasiados detalles que no cuadraban. Esta es la crónica de un crimen que acabó con un giro inesperado que conmocionó, aún más, al vecindario de La Soledad.
Ana P.V. y su marido Miguel C.C., de 22 años, habían contraído matrimonio recientemente y, de puertas afuera, eran una pareja modélica. Tenían una hija de un año y sus vecinos, tras el homicidio, comentaron a los periodistas que nunca los veían discutir y que él, que trabajaba de carpintero, cada tarde salía al parque con la pequeña, a la que adoraba.
La realidad, como suele ocurrir casi siempre, era otra. Ana y Miguel discutían a menudo en su casa de la calle San Isidoro y el motivo, según descubrió después la policía, siempre era el mismo: el joven se llevaba mal con la familia de la chica y la relación se había enquistado.
Poco antes del crimen, el matrimonio y la hija acudieron a la casa de Inca de ella y algunas fuentes contaron que regresaron antes de tiempo por algunas desavenencias de él con los suegros. Ana era una joven trabajadora y responsable, muy querida en Inca, su pueblo natal, y también en la barriada palmesana de La Soledad, donde vivía en esos momentos.
En la noche del domingo 31 de agosto aconteció la tragedia. En la casa de San Isidoro dormía el matrimonio, su hija y la abuela paterna, que al parecer padecía una sordera total que le impidió escuchar nada.
Miguel, el carpintero, llegó gritando a la casa de sus padres, en la calle Sureda, no muy lejos de allí, y contó que se había encontrado a su mujer asesinada en la cama. Justo en ese momento vio a tres hombres saliendo de la casa, que supuestamente eran los atracadores que habían dado muerte a la joven.
En efecto, Ana fue hallada sobre el colchón, con una puñalada cerca del corazón y el cuello enrojecido, con dedos marcados. Lo que evidenciaba que la habían estrangulado. La Policía Nacional precintó el escenario del crimen y examinó un espejo roto y el cristal de la puerta trasera de la casa, que también había sido fracturado. Las evidencias apuntaban a que los ladrones se habían colado por allí, pero algo no cuadraba.
¿Por qué iban a querer matar a una joven durante un atraco? Y lo más importante: ¿Cómo se había provocado las magulladuras Miguel, cuyo cuerpo estaba lleno de arañazos? Al final, los agentes procedieron a la detención cautelar del marido, que fue trasladado a la Jefatura de Policía, a pesar de que todavía insistía en su rocambolesca versión de los tres desconocidos.
Los inspectores, bregados en mil batallas, sabían que su relato hacía aguas por todos lados y comenzaron a presionarle hasta que al final el carpintero se vino abajo y confesó todo. Esa noche, de nuevo, habían discutido porque Ana había hablado por teléfono con su familia, que estaba en Inca.
Él, enloquecido, se abalanzó sobre ella y la intentó asfixiar. Después, cogió un cuchillo de 30 centímetros de hola, desgastado, y la apuñaló en el pecho. El arma blanca la tiró a la cisterna del patio, donde la policía la encontró al día siguiente.
Miguel ingresó en prisión y su confesión agudizó aún más la conmoción entre el vecindario. Nadie daba crédito a que aquel chico que paseaba por las tardes a su hija y la acompañada al parque fuera el asesino de la encantadora Ana.
SHYEV GarcíaTienes mucha razón, además con la cantidad de propaganda que tienen y deben pagar, yo creo que deberían hacer un pensamiento y dejar leer a todos.