Svetla Batukova, rusa de 49 años, y Horts Hans Henkells, alemán de 70, formaban una curiosa pareja. Discutían a diario y sus peleas eran antológicas. En abril de 2016 la Policía Local acudió a su domicilio y se encontró una escena dantesca: la mujer abrió la puerta completamente ensangrentada y dentro de la casa, en medio de un charco de sangre, yacía sin vida su esposo, con los brazos devorados por dos perros American Staffordshire. La Guardia Civil siempre sospechó que la acusada, tras atacarlo, le fue cortando a jirones la carne y se la dio de comer a los canes. Esta es la crónica de uno de los crímenes más salvajes cometidos en los últimos años.
La pareja llevaba dos años juntos y se habían casado recientemente. Él tenía una salud muy frágil y apenas podía hablar. Su mujer reñía con él a diario y los vecinos se habían acostumbrado a las broncas conyugales. Los investigadores averiguaron que ella bebía en exceso y que abusaba de algunas sustancias prohibidas.
Poco antes del crimen, los perros de ella ya atacaron al pensionista alemán, que tuvo que ser atendido en un centro médico. El crimen ocurrió entre las 09.00 y las 14.00 horas del 1 de abril en una planta baja del edificio Laguna Verd, en la calle Bella Vista de Cala Millor. Svetlana Batukova se encontraba en la vivienda junto a su marido, Horst Hans. La mujer atacó a la víctima, que padecía una grave enfermedad, y le cortó distintos trozos de carne de uno de los brazos con un cuchillo de cocina.
Las heridas le causaron una hemorragia masiva que acabó con su vida. Una vez fallecido, los dos perros de raza peligrosa, que vivían con el matrimonio en el domicilio, devoraron las piernas y los brazos de la víctima. La mujer negó el crimen, pero fue encarcelada. El jurado popular descartó que la mujer sedara a su esposo antes de matarlo, ya que la dosis de Diazepam que se encontró en el cuerpo de Horst Hans era muy baja.
Svetlana Batukova declaró en el juicio, celebrado en la Audiencia de Palma en junio de 2019, que era inocente y que intentó quitarse la vida tras la muerte de su esposo. El fiscal reclamaba una condena de 25 años de prisión por asesinato con ensañamiento y alevosía. El juez le impuso finalmente una pena de 14 por homicidio con la agravante de parentesco. Ocho años después, en Cala Millor todos recuerdan aún el espantoso final del jubilado alemán, cuyos brazos fueron descarnados y sirvieron de comida a los perros.