El 27 de diciembre de 1979, por la tarde, la pequeña Trinidad Henares Reina, de nueve años de edad, salió sola de la casa de su tía y se dirigió al domicilio familiar en Alcúdia, a unos doscientos metros de distancia. Nunca llegó. El pueblo se movilizó en su búsqueda y toda Mallorca quedó conmocionada por aquel secuestro. Poco más de un año después, unos pastores hallaron su cadáver en un descampado que había sido peinado en infinidad de ocasiones por los equipos de emergencia y los vecinos. Esta es la crónica de un crimen que 45 años después sigue siendo uno de los más enigmáticos de la crónica negra mallorquina: ¿Quién raptó y mató a la pequeña Trini?
Pedro Henares y su mujer María Reina habían llegado a Mallorca seis años antes, con sus hijos Francisco, de once años; Trinidad, de nueve y el benjamín Pedro, de siete. Era una familia humilde, oriunda del pueblo de Rute, en Córdoba, que emigró a Alcúdia en busca de un futuro mejor. En poco tiempo, se ganaron a sus vecinos, por su carácter extrovertido y su amabilidad. Al cabeza de familia le apodaron 'El Perlas'.
Pedro empezó a trabajar en el sector de la construcción, en un momento de 'boom' inmobiliario, y las cosas comenzaban a irle bien. Nada hacía presagiar que aquel jueves fatídico Trinidad, la encantadora niña del matrimonio, iba a salir de su casa para no volver nunca más.
El destino quiso que Trini tuviera que cuidar de unos niños en la casa de su tía, que debía ir al médico y se iba a ausentar brevemente. La casa estaba ubicada en la calle Queipo de Llano número 3. La pequeña llegó y se quedó al cargo de los chavales y a la media hora, cuando la familiar regresó, emprendió el camino de vuelta a casa. Ya era por la tarde, anochecía, pero la vivienda estaba solo a doscientos metros. Sin embargo, por el camino se topó con alguien.
Pasaban los minutos y Trini no llegaba a casa, así que su madre se empezó a impacientar. Era una chica muy responsable, nunca les daba disgustos. Envió al hermano mayor a buscarla, con la esperanza de que se hubiera entretenido en la calle con alguna amiguita del pueblo, aunque algo en su interior le decía que aquello no cuadraba. Cuando el niño regresó sin noticias de Trinidad, María entró en pánico. Ya no cabía duda de que un desconocido (o varios) se habían llevado a la niña.
Pedro, el padre, se volcó en la búsqueda de la menor. Los vecinos, poco a poco, se fueron sumando al operativo y el alcalde de Alcúdia, Pedro Adrover, reunió a 200 residentes, que se dividieron en doce grupos. La Policía Municipal y la Guardia Civil comenzaron a peinar el pueblo, mientras el Gobernador Civil y el capitán general de Baleares acordaban enviar allí al destacamento militar de Cap Pinar. Se trató de la mayor búsqueda de la época, a la que se sumaron, días después, dos perros especiales llegados de Valencia. Dos pastores alemanes con un olfato prodigioso.
Uno de ellos, llamado 'Palmer', había descubierto en el mes de septiembre de 1977 el cadáver de una niña de cuatro años desaparecida en Valencia, que era hija del cónsul belga. El caso de la pequeña Verónica fue muy mediático y 'Palmer', con su proeza, se había convertido en la última esperanza del caso de Trinidad en Mallorca. Sin embargo, iban pasando los días y en Alcúdia parecía como si la tierra se hubiera tragado a la hija del matrimonio cordobés.
La Guardia Civil dio prioridad absoluta a la desaparición y numerosos vecinos fueron interrogados. Algunos sospechosos habituales fueron investigados, pero todos tenían coartada. Finalmente, un testigo facilitó una información clave: esa tarde noche, había visto a Trinidad acompañada de dos hombres "bien vestidos". Uno de ellos realizaba una llamada desde una cabina telefónica de la Porta Rotja, en Alcúdia. Y añadió un dato importante: estaban junto a un Renault 8 de color naranja, con el que supuestamente se llevaron a la niña.
Fueron las navidades más tristes que se recordaban en Alcúdia. Trinidad estaba muy presente en cada hogar. Todo eran interrogantes y no había ninguna certeza. La madre explicó que "La niña no es nada traviesa. Es muy cariñosa, nunca va lejos, es callada y muy casera, siempre está conmigo". Luego, añadió: "Si quieren dinero que lo digan, no lo tenemos pero lo conseguiremos. Sólo pedimos una prueba de que está viva". El pueblo, mientras tanto, se volcó con la familia de Rute: "Si hay que ayudar a pagar el rescate, lo haremos".
Pero los meses iban pasando y los investigadores tenían muchas dudas de que se tratara de un secuestro por dinero. En realidad, se inclinaban a pensar que un depredador sexual -o dos, tras el relato del testigo clave- eran los que estaban detrás de la desaparición de Trini. Poco después del día de Reyes de 1981, más de un año después de los terribles acontecimientos de Alcúdia, un pastor descubrió oculto entre unos matorrales un pequeño cuerpo en descomposición.
Era un pinar donde en verano jugaban los niños, en la zona conocida como Corral de Berinassar, a dos kilómetros de la casa de la familia Henares Reina. Pero había algo que no cuadraba: el descampado había sido registrado de forma reiterada durante los días de la búsqueda frenética. Es decir, alguien había escondido el cuerpo entre aquella maleza aunque, en realidad, el asesinato se había producido en otro paraje.
Junto al cuerpo había un bloque de cemento, con el que pudo ser golpeada. Los pantalones los tenía rotos, lo que afianzó la hipótesis de que hubiera sido violada antes de su muerte. La ropa y las botas confirmaron que se trataba de la pequeña Trini. La familia y Alcúdia se sumieron en la desesperación. Nadie daba crédito a tanta crueldad.
La investigación de la Guardia Civil nunca descubrió quiénes eran los dos varones de la cabina. Ni a quién estaban llamando mientras retenían a Trinidad. Se rumoreó que podían ser extranjeros, pero todo quedó en una hipótesis. El R-8 naranja no pudo ser localizado. La familia Henares, con los años, volvió a Rute, su pueblo cordobés. Nunca se recuperaron del trauma. 45 años después aún no se sabe con quién se cruzó la pequeña Trini aquella fatídica tarde de jueves, cuando regresaba sola a casa.