«Si algún día aparezco muerto por ahí, no me he suicidado. Por eso llevo un arma y he adoptado medidas de seguridad activa y pasiva», dijo el exjuez Manuel Penalva. «Será que me han tirado por la ventana. Por ahí hay dos desalmados a los que tenemos un miedo permanente, absoluto», dijo Subirán. Los dos principales acusados lanzaron las mismas ideas en el turno de última palabra con el que se zanjó el juicio en el que la Fiscalía les reclama más de 120 años de prisión.
Arrancó la ronda Penalva. El mismo discurso que mantiene desde antes de su recusación: una investigación con agresiones a testigos y amenazas a ellos mismos. Insistió en un episodio al que ya se había referido. Un preso que llamó al juzgado y dijo que había oído que Cursach había contratado a dos sicarios. Ese preso fue interrogado por el fiscal Juan Carrau y el juez Miguel Florit. Penalva y Subirán consideran que no se hizo nada. «No es cómodo vivir con ese miedo a si es verdad o no», dijo el juez. También se defendió: «La única cosa cierta que ha dicho el señor Sbert es que esto es una causa de perdedores. Posiblemente cada uno de nosotros tengamos nuestra couta de culpa. Lo que no es cierto, no es verdad es que el juzgado se convirtiera en una sala medieval de torturas». Añadió: «No fue que yo, de repente me volviera loco. Hubo muchísimas actuaciones de letrados que fueron absolutamente inaceptables» y cerró con una cita de Churchill. «Yo a este tribunal le solicito que esto sea ya el fin».
El discurso de Subirán fue mucho más inconexco. «¿Cuántas mentiras han pasado por aquí?», dijo sobre los testigos del juicio. Sin embargo, centró su intervención en la Fiscalía, en concreto en Juan Carrau y el fiscal del juicio, Tomás Herranz. Sobre el primero, insistió en que era su jefe y que estaba al tanto de todo el caso. «¿Por qué miente?» y comenzó a desgranar denuncias que le ha puesto y que ha recibido de su antiguo compañero. Sobre el segundo: «Tres denuncias le puse yo porque filtró el escrito de acusación [en realidad lo difundió la Fiscalía de manera oficial] y me lo tengo que estar comiendo aquí para interrogarme. ¿Qué quiere de mí? Esto huele muy mal, huele a persecución. Les mintió a ustedes».
Al igual que hizo Penalva, quien dijo que era votante del PP, Subirán negó cualquier persecución política a este partido. «A mí el señor Gijón y el señor Rodríguez no me han hecho nada y el resto de testigos se han sumado al carro. No tienen inventiva», dijo. En particular, se refirió al exconcejal Juan Ferrer, al que acusó de mentir en el juicio. «La que me ha hecho, ¿por qué me ha hecho esto, son años que me están pidiendo?».
Del turno de última palabra hicieron uso otros dos acusados: el jefe del Grupo de Blanqueo, José Luis García Reguera y el subinspector Miguel Ángel Blanco. El primero apuntó a sus superiores: «Si tan malo era, lo tenían muy fácil. Bastaba con no haberme puesto de manera forzosa en ese grupo y se lo hubiera agradecido». Blanco acusó a los investigadores policiales de manipular los wasaps ye insistió: «El concurso de la ORA se amañó. Uno pagó, otro cobró. No lo podremos demostrar nunca».
Antes del turno de última palabra se había completado los informes de la defensa, en una sesión que cerró el juicio y que duró de nueve de la mañana a siete de la tarde. Pedro Horrach, en defensa de Blanco defendió sus actuaciones: «Cierto que pudo extralimitarse al hablar a solas con el detenido, pero desde un punto de vista administrativo, no penal. Esto no constituye delito alguno». Los abogados de Iván Bandera y de Blanca Ruiz insistieron en la nulidad de las incautaciones de los teléfonos móviles de ambos. Del primero porque, dicen que no fue voluntaria sino obtenida bajo coacción y, de la segunda porque afirman que no se custodió bien.