«Usted no tiene ni idea de lo que ha pasado esta noche. Con mi mujer y mi amiga hemos hecho un pacto y hemos decidido quitarnos la vida». Entre la noche y la madrugada del 5 al 6 de agosto de 2003, el vidente y celador del Psiquiátrico Jordi Antolí Florit, de 58 años, asesinó en Palma a su mujer María Asunción Llabrés Giménez, de 60 años, y después se desplazó en coche a la Colònia de Sant Jordi y también mató a su amiga Margarita Veny Bonet, de 58 años. Luego, intentó suicidarse estrellándose con el coche, pero solo resultó herido. La frase que abre esta crónica la pronunció cuando los policías le rescataban del amasijo de hierros. Este es el relato de un doble crimen que causó un tremendo impacto en Mallorca hace ahora veinte años.
En su piso palmesano de la calle Bellet, en la barriada de Es Fortí, Jordi recibía a las visitas que querían cursarse de artrosis, artritis, lumbago o herpes, entre otras enfermedades. También les tiraba las cartas de tarot, les ofrecía amuletos y realizaba rituales de magia blanca. La afluencia a la casa llegó a ser tal que los vecinos se quejaban de que algunos interesados se equivocaban de puerta y llamaban a la suya. La relación con su esposa, que vivía allí con él, era supuestamente idílica y nadie sospechaba que Jordi, el vidente, estaba tramando su último acto de locura.
En la noche del 5 de agosto, poco después de las diez, un residente en el edificio escuchó unos gritos procedentes de la casa de Jordi y María Asunción. No le dio importancia. El celador del Psiquiátrico cogió de la cocina un cuchillo de grandes dimensiones y acudió al dormitorio, donde apuñaló en repetidas ocasiones a su esposa. Una de las cuchilladas le alcanzó el corazón y la mató. Luego, salió de la vivienda, bajó a la calle y se subió a su Ford Mondeo. Circuló 46 kilómetros, hasta llegar a la calle Major de la Colònia de Sant Jordi, ya pasada la medianoche.
Allí residía su amiga Margarita Veny, una cocinera muy conocida y apreciada en la localidad. Como ya acababa de hacer con su mujer, Jordi la atacó con el cuchillo y le dio muerte. A continuación, intentó quitarse la vida, pero solo se hirió en el tórax. De nuevo se subió al coche y circuló en dirección a Palma. Cuando entraba en la vía de cintura, frente al Estadio Balear, se estrelló a gran velocidad contra la base de un puente, pero quedó atrapado entre los hierros y no falleció. Los primeros agentes de la Policía Local que llegaron pensaron que se trataba de una colisión casual, pero la confesión espontánea del conductor los dejó helados.
Acudieron a la dirección que él les había facilitado y, en efecto, se encontraron a la mujer apuñalada sobre la cama, junto a grandes manchas de sangre. La escena era dantesca y llevaba horas inerte. El Grupo de Homicidios de la Policía Nacional se hizo cargo de la investigación, mientras que la Policía Judicial de la Guardia Civil entraba en la casa de la Colònia de Sant Jordi, donde yacía sin vida la segunda víctima mortal. Jordi Antolí ingresó en el hospital de Son Dureta y cuando se recuperó de sus lesiones continuó hospitalizado, porque su salud mental había empeorado de forma súbita y preocupante. El juez José Castro, titular del juzgado de Instrucción número 3 de Palma, y el fiscal Adrián Salazar, le tomaron declaración en aquel hospital, actualmente clausurado, y después se ordenó su ingreso en prisión.
El vidente asesino sostuvo en todo momento que había llegado a un «pacto de sangre» con las dos mujeres, para que los tres se quitaran la vida. Sin embargo, los investigadores no creyeron una palabra de lo que estaba contando. Había tenido un infarto y estaba gravemente enfermo de otra dolencia. En el mes de noviembre de 2004, un año después del doble crimen, sufrió una repentina embolia en prisión y lo evacuaron sin demora a Son Dureta, donde falleció poco después. Se llevó para siempre el misterio de por qué esa noche de agosto decidió matar a las dos mujeres de su vida: María Asunción y Margarita.