El desastre del sudeste asiático no se cebó con las Maldivas con la misma intensidad que otras islas turísticas de la zona, pero una familia mallorquina que pasaba allí sus vacaciones comprobó cómo el paraíso se puede convertir en infierno en cuestión de minutos. Ahora ya están en Palma y ayer José Gisbert contó su odisea.
«Nuestro viaje estaba programado de los días 23 al 29 de diciembre. Viajamos mi mujer Marga, mis hijos Pedro y Toni, que tienen 9 y 13 años, y yo. Fuimos a la isla de Angaga, que era una maravilla, y el domingo, cuando ocurrió la tragedia, estábamos en la playa», cuenta el superviviente. «De repente, el mar se fue hacia dentro unos 100 metros, y pensamos que se trataba de una bajada brusca de la marea. Lo raro es que los peces quedaron sobre la arena y todos corrimos a auxiliarlos. No teníamos ni idea de que estaba produciéndose un maremoto», añade. Cuando volvió la ola, no ocurrió nada, porque las dimensiones eran normales, pero otras zonas de las Maldivas no tuvieron tanta suerte: «20 complejos turísticos de la isla quedaron destrozados y otros 20 dañados», explica José. Pero la familia Gisbert no conoció el alcance de la catástrofe hasta varias horas después, cuando recibieron un mensaje desde España. Fue entonces cuando comenzó su angustia, que se prolongó varios días. La falta de información era acuciante y los mallorquines intentaron ponerse en contacto con la embajada española. Llamaron a un teléfono que les facilitaron «pero nos salía una persona que hablaba en inglés y no había forma de contactar con algún funcionario español». El problema se incrementó porque el aeropuerto de Male, en la capital, estaba inundado y los vuelos se suspendieron hasta que se normalizó la situación. «Es muy curioso, pero las islas Maldivas son casi planas. La mayor altitud es de 2,4 metros, una insignificancia. De ahí que el agua entrara por todas partes», explica José. Durante la crisis los ciudadanos italianos y franceses fueron sacados urgentemente de las Maldivas por sus respectivos gobiernos, vía aérea, pero los Gisbert no tuvieron tanta suerte y tanta colaboración del ejecutivo español: «Esperamos a poder salir y fuimos de Male a Colombo, en la noche del 29. De allí volamos a París, luego a Barcelona y llegamos a Palma el 30. Pero la verdad es que en los primeros momentos nos sentimos un poco abandonados».