El Elba dejó de crecer ayer a la altura de la castigada ciudad alemana de Dresde, pero la amenaza persiste río arriba, hacia el norte, mientras el Gobierno alemán promete dar prioridad absoluta a paliar la catástrofe y confía en la solidaridad no sólo de la población, sino también de Bruselas.
Dresde, la «Florencia del Elba», se despertó ayer por primera vez con el nivel del agua estabilizado en 9'40 metros, lo que a pesar de ser un nuevo récord histórico causó alivio en medio de la desolación. El centro histórico de Dresde sigue anegado y los daños sufridos por las joyas del barroco arquitectónico están por cuantificar, pero por lo menos ha remitido el peligro de nuevas inundaciones en la ciudad atravesada por el Elba. Bitterfeld, Muehlberg y otras poblaciones cedieron en cambio a la presión de las aguas y la labor incesante de miles de voluntarios y soldados fue inútil ante la crecida, que superó los sacos de arena levantados para reforzar diques. El casco urbano de ambas localidades quedó inundado en cuestión de horas y los esfuerzos se trasladaron a la zona del parque químico de Bitterfeld, en un intento de evitar el peligro de contaminación.
En tiempos de la República Democrática Alemana (RDA), Bitterfeld se ganó la fama de «basurero contaminante» del país por albergar plantas químicas carentes de medidas de seguridad medioambiental. La zona se ha reconvertido en un moderno parque químico, pero su subsuelo es aún una amenaza para el Elba, el río que hace unas semanas fue escenario precisamente en Dresde de una fiesta popular para celebrar su regreso a la salubridad tras años de saneamiento. La «caída» de Bitterfeld fue un mazazo para la moral de los vecinos, que en los últimos días recibieron apoyo logístico de voluntarios y de una parte de los 10.000 soldados que participan en las labores.