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«Desmiento que la tecnología sea neutra: un niño no sabe si va a usar TikTok bien o mal»

Diego Hidalgo, autor de ‘Anestesiados. La humanidad bajo el imperio de la tecnología’, intervendrá en Palma en la jornada ‘¿Éramos más humanos antes de internet?’

Para Hidalgo, las estafas por internet son solo la punta del iceberg de la cesión del control a la tecnología digital. | Cortesía Javier Arias

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El filósofo y escritor Diego Hidalgo Demeusois (París, 1983) será el segundo ponente de la jornada ¿Éramos más humanos antes de internet?, organizada por el Club Ultima Hora-Valores y la UIB, que se celebrará el 8 de febrero en Es Baluard Museu. Tras la primera intervención de Susan Greenfield con la ponencia El futuro de la mente, la mente del futuro, la de Hidalgo se titula ¿Anestesiados por la recnología digital? Por qué debemos retomar el control. Precisamente, Hidalgo ha publicado el ensayo Anestesiados. La humanidad bajo el imperio de la tecnología.

¿Por qué hemos cedido parte del control de nuestras vidas a la tecnología digital pese a las advertencias de los últimos años sobre efectos psicológicos e incluso de estafas por internet?
Las estafas por internet son la punta del iceberg en esta pérdida de control, que es más profunda de lo que percibimos y afecta a nuestro tiempo, nuestra atención y nuestras decisiones, que ya no son tan nuestras. Hemos depositado una confianza excesiva en la tecnología digital y algorítmica, que tiene herramientas muy sofisticadas para saber cómo pensamos y actuamos, lo que significa un gran poder sobre nosotros. Los algoritmos no siempre se alinean con nuestros intereses, pues siguen unos criterios comerciales o ideológicos que se nos escapan.

¿Cedemos por comodidad?
Por comodidad e inercia. El propósito de la tecnología algorítmica es optimizar el camino entre A y B, pero la vida es lo que hay en el camino, y eso la tecnología es incapaz de comprenderlo. Estamos perdiendo humanidad porque nos dejamos regir por la eficiencia algorítmica, cuando en realidad somos imperfectos. Esa imperfección nos hace humanos ante la optimización algorítmica.

Creemos que la tecnología nos hace ‘felices’ con pequeñas satisfacciones efímeras.
Lo que nos da más satisfacción en la vida a nivel personal, laboral, de aficiones o relaciones sociales siempre ocurre después de recorrer caminos incómodos. Volvemos a la comodidad. Le puedo contar mis problemas a una plataforma que no me pregunta y puedo no escucharla si no me da la gana, pero ¿realmente me aporta una satisfacción profunda y duradera? Con la irrupción de la tecnología digital, desde hace unos 12 años estamos viviendo una epidemia de soledad, estudiada y documentada, especialmente entre los jóvenes, que han reducido sus relaciones e interacciones personales, y ello se traduce en otra epidemia de trastornos mentales.

¿Se puede decir que la tecnología no es buena ni mala, sino que depende del uso que se le dé?
Lo desmiento. La tecnología no es neutra. Un niño no es libre de decidir si va a usar TikTok bien o mal. La tecnología nos conoce cada vez más y mejor, y se dirige a nuestro ser más impulsivo para tenernos más tiempo conectados. Por ello es necesaria una reinvención del botón off, con un uso más consciente de la tecnología y restablecer barreras para retomar el control. Regularía el scroll, la posibilidad de desplazar de arriba abajo un vídeo tras otro, lo que activa la dopamina igual que lo hacen el tabaco o las drogas. Robándonos tiempo, el mercado digital compra y vende pedazos de nuestra libertad, hasta el punto de predecir nuestro comportamiento y afectando a nuestra dignidad.

Y a ello se añaden los ‘fakes’, la información falsa o manipulada.
Ya sabemos que la información falsa se extiende seis veces más rápido que la verdadera. Se ocupa de promover contenidos que retienen nuestra atención y se dirigen a las emociones y a los sentimientos más fuertes: la rabia y la indignación.

Las redes sociales se han convertido en una obsesión por el número de seguidores y de ‘likes’ y en un desesperado intento de mostrar una vida supuestamente feliz, aunque sea con la foto de una paella.
Sí, se han convertido en una especie de competición social. Intentamos aparentar que somos muy felices y que nos lo montamos muy bien, cuando esa continua comparación entre unos y otros produce el efecto contrario: nos hace infelices. En los principios de la red social Facebook, donde se reflejaba ese intento constante de mostrar una presunta felicidad, se incrementó el número de depresiones entre los estudiantes de los campus estadounidenses. Fue el principio de una tendencia que se ha confirmado actualmente en términos de salud mental, lo que resulta muy preocupante. Entre todos esos intentos de mostrar lo felices que somos y lo bien que nos lo montamos, se está generando una insatisfacción crónica con nuestras vidas.

También preocupa especialmente el cyberbullying escolar...
El bullying siempre ha existido, pero la tecnología lo intensifica y acompaña a la víctima hasta su casa. De este modo, el cyberbullying escapa a controles anteriores. Ahora podemos hacer daño o humillar a alguien simplemente apretando un botón. Soy un firme defensor de que hasta los 16 años no se puedan tener smartphones ni redes sociales. Y tengo que decir que antes no pensaba así. Volvemos a la salud mental de los chicos hasta esa edad. Los datos son tremendos y se han convertido en una urgencia sanitaria. Los padres no pueden ganar esa batalla. Si no queremos sacrificar una generación, hay que establecer una regulación de usos para ganar libertad y salud mental.

Y llega la inteligencia artificial como derivada...
Es un escenario que hay que estudiar en profundidad para evitar una mayor pérdida del control sobre nosotros mismos y sobre la propia inteligencia artificial. El mayor riesgo es que su asistencia sea tan grande que acabe por diluir nuestras propias vidas. La inteligencia artificial ofrece unos raíles tan cómodos que podemos perder lo que somos en esencia.

El apunte

El impacto tecnológico en la sociedad

Diego Hidalgo estudió Filosofía, Política y Economía. Pasó por la Fundación Clinton, en Nueva York y creó varias empresas en España, entre ellas Amovens (primera plataforma de coche compartido), Pontejos (dedicada a la restauración de edificios antiguos) y Ballensworth (fondo que invierte en empresas sociales). Ha sido consejero y colaborador de diversas ONG, convirtiéndose en un experto en el impacto de la tecnología en la sociedad. Actualmente reside en Rabat.

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