Esta jueves por la tarde, a las 19.00, la Sala Rívoli acoge un evento especial y con un invitado de excepción. El Club Ultima Hora-Valores, en colaboración con la Associació de Turisme Bunyola 365, el Ajuntament de Bunyola y Jardines de Alfabia, conmemora el 40 aniversario de Bearn o La sala de las muñecas, cinta dirigida por Jaime Chávarri (Madrid, 1943) que adapta la novela de Llorenç Villalonga y que fue rodada en lugares emblemáticos de Mallorca como Raixa o los Jardines de Alfabia. Chávarri, autor de obras como Las bicicletas son para el verano, estará en la Sala Rívoli atendiendo a la proyección además de participar en un coloquio previo junto a Iván Ros, que hará las veces de presentador en un acto con las entradas agotadas.
¿Qué recuerda de Bearn?
—¡Todo! Fue un momento absolutamente fantástico. Venía de hacer películas intelectuales pequeñas con la productora de Elías Querejeta, pero no tenía relación con el cine industrial, no era nadie, y fue una enorme generosidad por parte del productor, Alfredo Matas, el que me diera una película como esta. Estaba como con un juguete nuevo con un reparto alucinante y un sitio maravilloso como es esta isla. Todo fue genial, la organización nos daba todas las facilidades y lo que pedíamos, ropa de época, coches de caballos, joyas...
¿Y cómo recuerda la cinta en sí?
—Pues no mucho, la verdad. A mí no me gustan mis películas y esta, como era un encargo, pues no le tenía mucho cariño, pero fue la primera que dio dinero y ganó premios fuera. No la he vuelto a ver y tengo una inmensa curiosidad por hacerlo. No he vuelto a hacer una película así nunca, de hecho hoy no se podría, pero en todos estos años mucha gente me la ha recordado y les gusta. Quiero ver si está justificado (risas).
¿Cambiaría algo si la pudiera rodar hoy?
—Sí, hubiera querido que el personaje del señor de Bearn, interpretado por Fernando Rey, fuera más como en la novela de Llorenç Villalonga.
¿A qué se refiere?
—La novela me gustó muchísimo, pero el productor tenía una idea más aristocrática, más gatopardiana, pero Mallorca no era Sicilia, y el príncipe, el señor de Bearn, es un absoluto disparate que viste con un hábito franciscano, no se lava mucho, etcétera. Lo contrario del dandy que era Fernando Rey, pero era un encargo, así que me adapté. Lo curioso es que años después, Fernando Rey me dijo que era una pena no hacerlo como en la novela, porque él era menos elegantón. Hay que tener en cuenta que hay un concepto en el libro que es que la Tramontana volvió loca a la gente, y los personajes están muy para allá, no son nadas convencionales. Me hubiera gustado hacer que su personaje fuera más hecho un desastre.
Antes comentaba que no se podría hacer una cinta como Bearn hoy, ¿por qué lo dice?
—Porque es otra época, había una cierta industria, algo que ahora no hay, y el planteamiento de hacer una película es distinto. Hoy no podría ni plantear hacer un rodaje de 9 semanas y la taquilla prácticamente no existe. Ha cambiado mucho la idea del productor, que antes era el motor de una película y ahora es solo el intermediario.
Usted ha vivido el cine español en varias etapas, desde la franquista hasta la actual, ¿considera alguna mejor que otra?
—Las cosas cambian por pura naturaleza y no soy nada nostálgico ni creo que los tiempos pasados sean mejores. En los últimos años del franquismo había un cine más rebelde, pero también interesaba para dar imagen de apertura. Luego hacíamos lo que nos daba la gana y la gente respondía, pero después el público bajó y se fueron cerrando salas aquí y en todas partes. Que la peli se proyecte hoy en un cine es simbólico, como volver a una época en la que se hacían filmes como Bearn. Aunque siempre hay cosas estupendas en el cine español que me parece un milagro de la Virgen de Fátima.
Ha trabajado con Víctor Erice, que estuvo 30 años sin rodar, y usted 17, ¿a qué se debió esto?
—Con Erice he trabajado mucho. Hicimos su primera película, Los desafíos, y luego fui director de arte en El espíritu de La Colmena. A él le debo muchas cosas, como descubrir la poesía en el cine. En su caso creo que las malas críticas a su tercera película le dolieron mucho. En el mío se debió a la desaparición de los productores que habían trabajado conmigo y a que se empezaba a producir de otra manera que no me interesaba. Pasamos al peor cine de autor posible, el que solo sigue los proyectos de los directores. En los 50 estaba Cesáreo González que lo mismo hacía cintas de Lola Flores como de Bardem. Tenía un concepto muy amplio de la industria. El cine de autor está muy bien cuando está bien, pero cuando no, es una mierda.