Durante los últimos cincuenta años, España fue –digámoslo sin miedo– la envidia de Europa. Un país que, tras una dictadura, supo construir un modelo de convivencia sólido, donde la diversidad no era una amenaza, sino un activo. España, ese rincón del sur que aprendió a abrir los brazos y decir: «aquí cabemos todos».
Pero algo se resquebraja. Lo que ha sucedido en Torre Pacheco no es nuevo. Antes fue El Ejido. Siempre un chispazo, una tensión que podría haberlo incendiado todo. Y aunque antes se respondía con firmeza institucional, con condena unánime y apoyo a las víctimas, hoy ese consenso se diluye.
Hoy el ruido lo inunda todo: redes sociales convertidas en campos de batalla, discursos políticos inflamados, y algoritmos que no entienden de verdad ni de empatía.
Y entonces pienso en Babel.
La palabra Babel proviene del hebreo baibál: ‘confundir’. Según el mito, muchos pueblos quisieron levantar una torre hasta el cielo. ¿El castigo? La confusión de lenguas. La incomunicación. El colapso.
Pero, tal vez, no fue castigo, sino advertencia.
España es también una torre. Una construida no con ladrillos, sino con migrantes, trabajadores, lenguas, culturas. Desde el Magreb hasta Latinoamérica, desde Europa del Este hasta el África negra. Todos han puesto su parte.
Hace un siglo, el arqueólogo Robert Koldewey halló en Iraq una torre cuadrada de 90 metros de base. Una tablilla hallada décadas después, estudiada por el profesor Andrew George, la identificó: «La torre del templo de Babilonia». Allí también participaron gentes de todos los pueblos conocidos.
¿Te suena?
Aquí hicimos lo mismo. Y lo llamamos España diversa.
Pero hoy esa torre cruje. Lo que pasó en Torre Pacheco no es un hecho aislado. Es un síntoma. Y lo más preocupante no es la violencia, sino el silencio. El de quienes deberían sostenerla y no lo hacen.
Los jóvenes –generaciones Alfa y Zeta– han crecido educados más por algoritmos que por personas. Sus referentes ya no están en libros ni en la historia, sino en pantallas efímeras y virales. ¿Qué valores absorben? ¿Quién los guía?
Mientras tanto, muchos de nuestros políticos –no todos, pero sí demasiados– siguen atrapados en peleas estériles. Olvidan que hay una torre que proteger. Que cada gesto, cada palabra, puede afianzarla… o hacerla caer.
Y sin embargo, hubo una generación que sí entendió la fragilidad de la paz. Nuestros padres y abuelos. Gente que cruzó el mar, que conoció el exilio y la cárcel, que reconstruyó desde la nada. Y que aún así, sonreía.
Ese legado se está evaporando.
Y la chispa de Torre Pacheco es una señal de alarma. Una grieta en la torre. Una advertencia.
Tal día como hoy en el mes de julio, John Lennon cantó: «All we are saying is give peace a chance».
Solo pedía eso. Una oportunidad para la paz.
Yo escribo esta columna con la esperanza de que alguien –algoritmo mediante– la lea. Que llegue a algún joven de la generación Alfa, o de la Zeta, o de cualquier otra letra que aún esté por inventarse.
Y que entienda que el mensaje es uno solo. Simple. Humano. Urgente:
Por favor, vamos a convivir en paz.
Es bien cierto que el papel lo aguanta todo. Quiero preguntarle al comentarista si sabe qué pasa cuando alguien sin papeles entra en Marruecos. Yo lo sé, perfectamente, porque tengo amigos trabajando en un hotel español allí. ¿Usted lo sabe?