Mi verano con Don Quijote

| Palma |

Les dije la semana pasada que en verano mi autor favorito es Stephen King. Y ustedes dirán, ¿por qué en verano? La verdad es que no tiene mucho sentido. Como la mayoría de cosas en este mundo. Como que me tocara la mili en marina, yo que jamás subí a un barco en mi vida. Esta semana hice un paréntesis y tras terminar la trilogía de Mister Mercedes cambié de registro y me ventilé en un par de noches la última obra de Antonio Muñoz Molina, El verano de Cervantes (Seix Barral). Un contraste como pueden observar notable.

El autor español ha escrito un libro magnífico para quien sienta pasión por el universo ‘cervantino y quijotesco’. La primera vez que supe de Cervantes fue en la nutrida biblioteca de mi padre repleta de enciclopedias, clásicos y novelas de los cincuenta y sesenta. Entre el laberinto de libros se encontraba una edición ilustrada de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Una mañana de sábado, en verano, siendo yo muy niño, me adentró en el mundo del caballero andante y nos detuvimos especialmente en el capítulo de los molinos que a ojos de Don Quijote eran gigantes.

Fue como les digo en verano, cuando ese calor húmedo de julio baña los ojos de sudor, bajo una habitación en mi casa de Artà de techos de cañizo en la planta superior que horneaba los músculos y entumecía el alma. Con esa bombilla colgada de un cordón del techo y las vigas como venas resistiendo el sol implacable. Ahí descubrí el Quijote. Ahora lo he redescubierto con Antonio Muñoz Molina. Porque cualquier estación es buena para leerlo, pero en verano es ideal. Es el único calor que soporto. El único que me despierta una sonrisa. El libro que a su vez me recuerda a mi padre porque me enseñó a amarlo y a esos veranos infinitos de playa, noches en la calle y siestas en calma.

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