La historia nos enseña que todos los imperios, todas las civilizaciones, incluso todas las eras llegan en algún momento a su fin y, solo con suerte, serán recordados por sus méritos. Nada hay eterno y ahora vemos que también nosotros, la gloriosa cultura europea, estaremos muertos más pronto que tarde. El liderazgo que hemos llegado a ostentar y el ejemplo que hemos sido para muchos se deshace como un azucarillo en el café caliente. Es un proceso multifactorial, pero sin duda deberíamos hacernos preguntas incómodas. Veo que ha llegado a muchas ciudades del Reino Unido una nueva droga que llaman Spice, sintética, con efectos devastadores.
Su consumo produce alucinaciones, pérdida de consciencia, ataques cardíacos, psicosis y, a veces, comportamientos violentos o completamente desconectados de la realidad. Su característica más llamativa es que convierte a quien se la mete en una especie de zombi que deambula por las calles como un muerto viviente. Las imágenes captadas en Manchester resultan escalofriantes y la cuestión obvia es ¿por qué? ¿Cuál es la causa de que cientos, miles o millones de ciudadanos del primer mundo decidan evadirse, convertirse en mierda humana, para no tener que vivir una vida convencional?
Mientras otros millones arriesgan el tipo para alcanzar Europa y sus privilegios, trayendo consigo sus religiones, costumbres, creencias y modos de vivir, nosotros nos autodestruimos. El resultado está claro: Europa se somete a una demolición desde dentro. Y lo peor es que somos conscientes y nos da igual. Quizá, como Roma, acabemos por olvidar todo lo que nos ha hecho grandes y sucumbamos ante la imbecilidad, la debilidad y la invasión de los bárbaros. Ahora los del sur.
Es que para aguantar los delirios de la Europa Agenda 2030 hay que estar drogado hasta las trancas. Normal.