Hoy les voy a hablar de un escritor de los de verdad, con un enorme oficio y amor a nuestra tradición cultural, cuyo año posiblemente más nutritivo, antes de su Nobel, fue el de San Camilo 1957. Cela es el gran escritor español de la segunda mitad del siglo XX. En efecto, una de las bendiciones que tuvimos en Mallorca fue la de que aterrizara por aquí –desde una Venezuela muy rica no la destrozada de ahora– con un traje blanco criollo, luenga barba, sombrero de paja y con una más que singularísima forma de ser y estar, el eximio escritor Camilo José Cela Trulock.
Se echaba la siesta con pijama y orinales que coleccionaba como pudimos ver en su sanctasantórum de Iria Flavia. Es insultante como el legado y sobre todo el arraigo y recuerdo mallorquín de don Camilo no se enseñe en las escuelas de nuestra Isla. Se esfumó su memoria y no existe ya en una Mallorca que él promocionó hasta el absurdo. Don Camilo dio muchísimo a Mallorca, poniéndola en el mapa literario internacional, además de describirla en numerosos textos; siempre hablaba de ella, en Arizona o en Jerusalén o en Formentor.
Amor, sin duda, muy mal correspondido: apenas hay un recuerdo de relevancia suyo por la Isla, ni una estatua en el centro de Palma, ni nada, ni siquiera un mojón, salvo un nomenclátor junto a lo que fue un bar finlandés, una casa de masajes de señoritas y el restaurante japonés Shogún, una maravilla que les recomiendo. Don Camilo, menos a Picasso (no pudo conseguirlo), trajo a todo intelectual vivo y coleante que pudo a Mallorca: desde Menéndez Pidal hasta Ramón J. Sender. En 1957, Cela, apenas con 41 años es nombrado académico de la Academia Española (silla letra ‘Q’), lo que entonces era culturalmente muy importante.
Sobre este asunto Antonio Amado, en Cuadernos Hispanoamericanos, escribió lo siguiente: «Camilo José Cela ha llegado a la Academia, la noticia en su escueta y telegráfica expresión, sacude la vida literaria española. El epicentro está en Mallorca; el seísmo se manifiesta, sobre todo, en Madrid y Barcelona… que Cela iba para académico esta más claro que el agua». El escritor gallego encontró, dicho por él mismo, en nuestra Isla el ambiente propicio, sosegado y tranquilizador que necesitaba. En Palma iba bastante al fútbol.
Le gustaba mucho tomar café, o vino, con médicos y magistrados. Dijo que Mallorca era una sociedad viva, a veces sorprendente. En 1947 llevaba tres años en Baleares y ya tenía un buen grupo de amigos a quienes utilizó como conejillos de indias para ofrecerles el discurso sobre el pintor Solana que poco después (con respuesta de Marañón) leería en la Academia. Entre los que frecuentaban a don Camilo hay que mencionar a Pere A. Serra, Juan Bonet, Josep Maria Llompart, Llorenç Villalonga, Blai Bonet, etc.
Este artículo lo he escrito con mi compadre, el profesor Leandro Garrido Álvarez que andará ya por su asueto veraniego del Campo Arañuelo. Estuvo muy bien aquella tarde (c.1985) en la que Leandro le regaló a un don Camilo recién operado y doliente en Mare Nostrum, un libro de quesos de España: «Me lo quedo, Leandro; que me lo envuelvan».