Hace un año nos cerraron la frutería de la plaza. Hace cinco años, la carnicería de la esquina. Hace ocho años, la pastelería donde compramos las primeras tartas con las que mis hijas soplaron las velas. Cada vez tenemos que ir más lejos a comprar. Salvo que queramos ir al supermercado de Juan Roig, claro. Eso sigue a pleno rendimiento. Después de buscar las fruterías que habían quedado en la zona, nos dimos cuenta de que como la primera frutería, la que teníamos a dos pasos, no hay nada. Pero en el mercado hay un puesto estupendo de producción propia con unos melones soberbios. Está a un cuarto de hora caminando bajo el sol de julio. Caminar cargado con melones con estos calores es un viaje al siglo XIX. Me están dando ganas de comprarme una mula para transportar la compra.
Es curioso porque en mi barrio cerró la pastelería, la frutería y la carnicería pero me van a abrir una tienda de ostras. En un barrio normal de Palma. No entiendo la locura que le ha entrado a la gente con semejante molusco, ni que estuviésemos en Cancale. La tienda de ostras está en una antigua corsetería que cerró tras la jubilación de su propietaria. La guardería a la que iban mis hijas ahora es una cervecería.
Eso sí, no podemos comprar melones pero nos han abierto cuatro cafeterías de especialidad. Y puedes tomarte un maldito brunch en cualquier esquina. Pero yo quiero melones de temporada, cerezas cuando toque o albaricoques para hacer mermelada, tal y como elaborábamos cuando yo era pequeña. Por cierto, el bote de mermelada de albaricoque de Mallorca está a 10 euros. Hasta eso nos lo han convertido en un lujo.