El término lengua es polisémico y aquí interesa su referencia a «sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura», tal y como indica la RAE. Y según el Gran Diccionari de la Llengua Catalana: «Sistema de signes orals, reflectit sovint en un codi escrit, propi d’una comunitat, que serveix bàsicament per a la comunicació».
Ambas definiciones coinciden en los tres mismos aspectos:
1. Es un sistema de comunicación.
2. Es oral y escrito.
3. Es propio de una comunidad de personas.
Las referencias científicas en relación con la importancia de cuidar y fomentar la diversidad lingüística son tantas que se necesitarían muchos artículos como este para cubrirlas. Por sesgo y fraternidad a un geógrafo extraordinario, me quedo con la referencia de Wilhelm von Humboldt, pensador y fundador de la Universidad de Berlín, quien defendía que cada lengua configura una visión del mundo. Así, cada lengua encarna una cosmovisión irrepetible. La diversidad lingüística es diversidad de pensamiento humano.
Así, que la lengua sea parte del patrimonio inmaterial de una comunidad es habitual, por lo que va más allá de ser un mero sistema de comunicación: es una expresión cultural, una manifestación de identidad y una visión del mundo. En la diversidad está la riqueza.
Un mundo, por cierto, cada vez más uniformizado y estandarizado –por lo que menos rico– y en el que las lenguas se erigen como un estandarte de identidad. Recientemente leí al Dr. Carbonell, referente mundial en la evolución de la especie humana, argumentando la protección y promoción de una lengua como su materna, la catalana, por ser la base de la evolución humana: en la diferencia con otras comunidades se encontraba un factor para cuestionar la propia identidad y así progresar.
La realidad lingüística de Baleares es variopinta. En el plano legal, hay dos lenguas cooficiales al amparo del artículo 3 de la Constitución, del artículo 4 del Estatut d’Autonomia y de la ley de normalización lingüística. En el plano administrativo, la cosa se complica. Según los gobernantes del momento, las lenguas han ido tomando mayor o menor relevancia, exigencia en su titulación o valoración como requisito o como mérito en función del gremio o sector de aplicación.
Pero el que realmente es clave es el plano sociolingüístico, es decir, la realidad en la calle. Hay una parte de la comunidad que es bilingüe (mayoritariamente la que tiene el catalán por lengua madre); otra parte significativa de la población tiene como única lengua habitual el castellano, aunque entienda o use parcialmente el catalán; y luego existen comunidades de extranjeros que mantienen el uso de sus lenguas de origen y que, en algunos casos, apenas se expresan en las lenguas oficiales.
En la calle, uno se encuentra con personas que toman su lengua, sea cual sea, como ese sistema de comunicación anteriormente citado. Otras a quienes les es indiferente. Y otras para las que su lengua es una manifestación de su forma de ser, de su cultura.
El lector que sigue esta columna habrá advertido que en un artículo anterior se indicaba que, en base a los estudios de Homo Turisticus, la gran mayoría de los encuestados de la población local quieren que ambas lenguas oficiales en Baleares sean usadas y conocidas. Por lo que se diría que, a primera vista, no da lugar a ningún conflicto social por tema lingüístico.
No obstante, con frecuencia –demasiada–, aparece alguna denuncia por maltrato lingüístico por parte de algún miembro de la administración que está sometido a las normas antes citadas. Las denuncias son por negar el derecho al uso del catalán. No se conocen denuncias de la misma índole con igual visibilidad pública o judicial referidas al uso del castellano, lo cual no significa que no existan tensiones o percepciones individuales sobre ello.
Y fuera de la administración, también con frecuencia –de nuevo, demasiada–, se oye aquello de «háblame en español que estamos en España». Pues en el siguiente artículo voy a contar mi respuesta cuando, alguna vez, he tenido que responder a ello.