Verano, libros, ventanas y otras historias

| Palma |

Intentaré leer esa novela de José Carlos Llop en el mismo lugar donde la leí hace unos años. El paso del tiempo, y sobre todo la memoria, es caprichosa y seguro que mientras la releo (es una de esas cuatro que ahora ha reunido Alfaguara con el título Cuarteto de la memoria) no sólo iré recordando lo que ya he olvidado de esa historia sino que me veré yo mismo en el momento en que la leí. Y recordaré algo que, por lo que sea, ahora me une a cualquier libro de Llop: la ventana de una casa con persiana junto a la que yo le leía una tarde de verano.

Me sucede siempre que releo, es como si me convirtiera en protagonista de la historia. Memoria, ayer y hoy se entremezclan y supongo que por eso me ha atraído tanto el título que reeúne, años después de haber sido publicados a El informe Stein, La cámara de ámbar, Háblame del tercer hombre y El mensajero de Argel. Qué misterio es el de los libros. En teoría, y eso lo comentaba el otro día con alguien, leer una novela es una manera de evadirse de la realidad, de olvidar el día a día. Pero tampoco es verdad del todo. Lo que sucede es que cada vez es más confuso lo que separa realidad y ficcción. Y lo que parece ficción, sobre todo si te interesan las fábulas distópicas, es realidad. O está a un tris de serlo. Todo se vuelve tan alucinógeno cuando lees (leas lo que leas, sea novela, historia o un ensayo) que todo parece real. Y cuando no sucede eso, e incluso cuando sucede, puede parecer que todo lo que lees se ha escrito para ti y, o te remueve o te devuelve al presente.

Cualquier cosa que lees es como si hablara de ahora mismo y ya no distingues si estás ante una historia de ficción o un reflejo de lo que está pasando. Anoche creí haberme quedado en una página de El fracaso de la república de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia, de Volker Ullrich y ahora no podría distinguir si estaba leyendo el periódico de hoy.

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