Silencio y cultura

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Parece que el verano nos exige demasiado cuando siempre fue el periodo dedicado a la dejadez de obligaciones. No creo que el objetivo de las vacaciones tenga que ser aparecer en todas las fotos o desplegar todo nuestro hedonismo durante los meses estivales. Frente a los beach clubs (por desgracia caros y exclusivos) nos quedan las rocas, en soledad o acompañados. Porque hay lugares en los que solo se puede ir con amigos y ser ajeno a todo el bullicio que nos rodea.

Se suman millones de turistas que llenarán la isla y que, como bien saben, sigo aceptando como palanca de bienestar colectivo. Debemos conservar la virtud de encontrar esos lugares que no interesan a la gran masa y donde se puede disfrutar de la paz y del verano. Ahí es donde entran los silencios y allí es donde maldecimos a aquellos que los encuentran y se comportan impropiamente (sea soltando perros como si una cala fuera su jardín o poniendo un altavoz a todo trapo para hacer sonar algo que no deberíamos llamar música).

Ahí entra el componente cultural del título, el verano es una extraordinaria oportunidad para entregarse a la cultura; porque no hay mejor invento para que una sociedad pueda ser excelsa y respetable. Una cultura que debe penetrar en todos los pueblos y que lo hace a través de unas fiestas patronales que los ayuntamientos no deben convertir en pan y circo para captar votos. Es fundamental que todos los pueblos hagan gala de esa aspiración cultural e incluso aprovechen la coyuntura para dar a conocer a artistas e intelectuales locales. Los programas de fiestas son una buena vara de medir de esa aspiración cultural que debería llegar a todos los rincones.

Yo entrego momentos de verano a leer pregones y programas de fiestas antiguos y en los que encuentro detalles y circunstancias que ya han desaparecido o están en peligro. En la palabra de los que no están hay inquietudes y maneras de ser de otros tiempos, de esta Mallorca en extinción. Por ello es una aspiración estival que una página web (o las de cada ayuntamiento) pudieran recoger todos aquellos programas de fiestas del pasado que se conservan y así difundirlos. Sin duda aprenderíamos mucho y esos testimonios nos permitirán entender muchos cambios que tenemos que gestionar.

Aunque defienda la soledad y esos momentos de abstracción y alejamiento de una actualidad o realidad sin rumbo y que empeora también abogo por lo sanador que resulta pertenecer a una tribu y celebrar con ella el verano y todo lo que este nos ofrece. El verano tiene que ser llenado de cultura y tenemos una oportunidad inmejorable. Puede que la dura climatología que estamos soportando nos exija una nocturnidad que sin duda es mágica en tantos lugares en los que pueda sonar música, se reciten versos, se imparta una conferencia o se represente una dramaturgia. Lo mejor de todo lo citado es el efecto en nosotros y recordarlo, si procede, como un momento compartido.

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