La austeridad, de nuevo

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En un reciente libro de la joven economista Clara Mattei (El orden del capital, Capitán Swing, Madrid 2025), se profundiza en la idea de la austeridad en economía, utilizando la historia económica como referencia; en particular, en análisis de los casos italiano y británico desde los años 1910 y en la economía de entreguerras. La tesis indica que cuando los gobiernos se enfrentan –en aquellos años y en los actuales, según la autora– a crisis financieras acaban por recurrir a políticas económicas de austeridad, desde bajadas de salarios, hasta reducciones del gasto social junto a recortes de impuestos –especialmente para las franjas más ricas de la población– como una vía hacia la solvencia.

Estas políticas, sin embargo, han tenido efectos devastadores en el bienestar social y económico de países de todo el mundo. Para Mattei, el objetivo de estas políticas de austeridad se centran, esencialmente, en la protección del capital, que acaban por asfixiar a los trabajadores e imponer una política económica rígida. En uno de los recientes informes del FMI (Euro Area: IMF Staff Concluding Statement of the 2025, imf.org), relativo a la eurozona, se plantean vías de actuación en política económica que van desde la necesidad de incrementar inversiones a causa de las amenazas geo-políticas, hasta la lucha por las transiciones energéticas, contra el cambio climático y la digitalización. Pero, al mismo tiempo que se aboga por lo anterior –es decir, por un incremento del gasto público–, se advierte que no se pueden relajar las disciplinas fiscales, toda vez que buena parte de las economías de la eurozona superan los límites establecidos –60 % sobre PIB– de deuda pública.

La contradicción está servida: por un lado, auméntese el gasto, siguiendo así la estela de los informes de Mario Draghi y Enrico Letta, en las áreas ya descritas; pero, por otro, cuídense de generar déficits que deben ser sufragados con emisiones de deuda. Máxime si el crecimiento económico es bajo (0,6 % de media).Es decir: el sustrato de fondo es la ortodoxia económica, el rigor presupuestario al máximo –en el sentido de su rigidez– y, por tanto, el despliegue de las medidas de austeridad que Mattei, en su investigación, nos ha ilustrado en perspectiva histórica: control salarial, contracción del gasto social y relajamiento fiscal tributario para los más ricos. Esto es lo subliminal del informe del FMI.

La pregunta a formular a la Kristalina Georgieva, su directora, es cómo demonios puede hacerse todo esto: gastar mucho más –en capítulos que nadie niega que no sean importantes–, pero mantenerse en equilibrios estables en las cuentas públicas. La única vía –porque nadie puede multiplicar panes y paces o volver el agua en vino– es reducir sobre todo el gasto social. O sea: aquel que involucra directamente los pilares centrales del Estado del bienestar: sanidad, educación, servicios sociales. Estamos, de nuevo, ante la senda de la austeridad preconizada por una institución, el FMI, que en coyunturas críticas –como el caso de la pandemia e, incluso, en el inicio de la guerra de Ucrania– había profesado algún tinte keynesiano. La cabra siempre tira al monte.

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