Entre líneas

| Palma |

Lo más clarificador de una conversación entre ladrones no es lo que dicen sino lo que dan por hecho. También al escuchar a los delincuentes del Peugeot hay que leer entre líneas para entender a qué punto ha llegado la crisis de este país.

Ninguno habla de las dificultades que tendrán que superar para conseguir que sus patrocinados ganen los concursos; nunca se les oye hablar de cómo han de redactarse las ofertas, de cómo han de controlar a las mesas de contratación, de cómo conseguir el silencio de las empresas perdedoras. Porque no sólo es cobrar, hay que poner la maquinaria del estado al servicio del corrupto. Sin embargo, ni estos, ni los de la ‘Gürtel’, ni los que han salvado el pellejo, tienen dificultades. Ninguno tiene que preparar a las prostitutas para que superen las entrevistas de los funcionarios encargados de los filtros o para que sus falsificaciones documentales cuelen ante el estado, básicamente porque el sistema está esperando, incluso deseando, ser engañado. Con usted o conmigo, implacables; con la corrupción, puertas abiertas.

De las conversaciones deducimos que sólo les importa el reparto del botín. El engaño a las instituciones es un asunto menor, lo dan por hecho, incluso sin que ninguno de los tres pillos tengan la menor relación con Adif, con el Gobierno de Navarra, con Carreteras, con la consejería de Sanidad de Canarias o con la nuestra, de Baleares. Las firmas aparecerán sin problemas. Estos sí que no necesitan hablar en catalán, ‘cariño’.

¿Nos damos cuenta de que hemos creado una contratación pública que permite la corrupción sin traba alguna? Porque, diga lo que diga la ley, al final todas son decisiones discrecionales de políticos de segunda que quieren satisfacer a sus jefes, y que los funcionarios van a avalar, disfrazando el expediente como correcto. Si alguien con ánimo inquisitorial los examina, no encontrará más que un trámite impecable. Por eso decía Sánchez: «Que lo vea el Tribunal de Cuentas». ¡Ja!

Esta es la gran farsa española en la que las grandes empresas navegan perfectamente. De hecho, no les importa: descuentan que cada tanto, en la pelea política, alguno saca a la luz cosas así pero saben que esto no va a cambiar. Ocurrió con todos los casos de corrupción del pasado: dos o tres dimisiones entre los más expuestos, una tormenta mediática, caída del Gobierno en el peor escenario, pero el modelo sigue intacto porque ¿qué sería de un partido si tuviera que gastar el dinero público con criterios objetivos? ¿Si las adjudicaciones fueran al mejor, qué poder tendrían los políticos o los funcionarios?

Los gobiernos pueden caer, pero las leyes y los funcionarios no. Las sugerencias de adjudicaciones seguirán llegando, los ganadores serán los mismos, pero las comisiones irán a otros intermediarios. Nadie cuestiona estas leyes diseñadas para poder vestir los expedientes a la perfección. Nadie quiere cambiar nada, sólo pillar al rival, lo cual es electoramente muy rentable.
Si miramos entre líneas y sin fanatismo ideológico –cosa imposible en España–, veremos las razones de esta catástrofe:

Primero, el dinero público en España se reparte estrictamente a discreción, digan lo que digan las estúpidas leyes de contratos y sus sistemas de control;

Segundo, el verdadero poder no está en quien dice el boletín oficial que tiene firma sino en quien lo ha puesto allí y lo teledirige, porque este es un país clientelar con dos y sólo dos núcleos de poder: el secretario general del partido que aglutina a la izquierda y el presidente del de la derecha;

Tercero, todo el aparato del estado, que a usted o a mí nos aplastaría de un plumazo, jamás aplica los más elementales controles, probablemente por algún tipo de complicidad de los responsables, sea con prebendas o, peor, porque participan en el latrocinio, con la ventaja de que ningún político se atrevería a hurgar en esa corrupción funcionarial;

Cuarto; las grandes empresas se adaptan a lo que hay, bien promoviendo esta peste o beneficiándose de ella, llegando a formar verdaderos imperios económicos, indiferentes a la ideología del que ocupa el cargo,

Quinto, este circo funciona gracias también a una corte de idiotas que aplauden y ríen, mostrándose como listillos e impolutos, que pontifican cuando los suyos están en la oposición y se vuelven ciegos en el poder. Son necesarios para simular que todo va según las previsiones. Incluso las purgas de corruptos. Ahí están los medios de comunicación.

Esta es España: cambiamos de gobiernos, pero mantenemos la corrupción. Sánchez está hundido, ahora le tocará el turno a Feijóo, hasta que su pastel se destape. O no.

1 comentario

user Lluís | Hace 7 días

Recoman un article recent de n'Ignacio Sánchez-Cuenca a 'El País' que també toca es viu de sa corrupció cronificada que funciona a Espanya. Du un títol ben explícit, gens irònic però incomplet: 'Pedro, yo sí te creo'.

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