Cuando uno se está muriendo, todo suele ser respeto. Cuando uno ya ha muerto, todos los comentarios son posibles. La incuestionable libertad de expresión permite esto. Suerte que la libertad de interpretación de lo escuchado o leído también permite la discrepancia. Yo discreparía de quien opinase que la misión realizada por el papa Francisco pudiera verse sintetizada en el término ideología, pues creo que el término abrazo la sintetiza mejor. El abrazo es la óptica de mi juicio.
Obviamente, todos nos movemos por ideas, la mente es fundamental en la condición humana, pero ni más ni menos que el corazón, llámenlo voluntad o alma. Opino que Francisco ha intentado, mucho más que explicar la sociedad, abrazarla y mucho más que entender a los hombres, quererlos. Claro, quererlos a partir de la jerarquía establecida por Jesús de Nazaret, es decir desde la opción por los pobres y descartados. Hoy, mi memoria está registrando la figura de Francisco no en la parte derecha o izquierda de la historia, sino en la parte de abajo, concretamente lo va registrando en la parte de los abajados del sistema.
Confieso que Francisco me ha ayudado a precisar mi conceptualización de Dios, me ha precisado que Dios es justamente misericordia. Su frase «Dios es más grande que el pecado», no me ha dispensado de la culpa, pero me ha dispensado de tanto sentimiento de culpabilidad que durante años acompañó patéticamente etapas de mi vida. A cambio de esta, digamos, liberación, Francisco me ha inoculado un fuerte y obligado compromiso, el de la solidaridad humana, lo que me ha conducido a replantearme mi principal objetivo como cristiano.
He dejado de proponerme yo ser perfecto y voy proponiéndome el de perfeccionar las condiciones de otros más desfavorecidos. Admito que este Papa no ha llevado a feliz término todo lo que él se había propuesto y que otros muchos esperaban y deseaban. Algunos lo atribuirán a la falta de valentía, otros lo atribuirán al miedo al cisma, a ese pavor de provocar una tal situación que llevara a la separación de parte del rebaño. A quien es déspota no le importa este asunto, pero importa a quien es padre.
Francisco, por una parte, optó fuertemente por hacerse mediáticamente presente en todas las redes sociales y ello obliga al liderazgo y, por otra parte, optó por conducir la Iglesia por la vía de la sinodalidad. Lo mediático exige protagonismo personal, y lo sinodal exige hacer camino juntos. No le resultará fácil al sucesor discernir entre ambas orillas.