Recuerda Baltasar Gracián que muchas veces los males empeoran con los remedios. Esta reflexión podría servir para enmarcar lo ocurrido esta semana con el intento –fallido– de veto del Partido Popular a la candidatura de Teresa Ribera a vicepresidenta y comisaria de Competencia y Transición Ecológica de la Unión Europea.
Si discutible era como candidata, máxime tras conocer su desaparición durante la riada que asoló media provincia de Valencia, visto el resultado, peor ha sido el intento de vetarla. Veto del Partido Popular español, no de la dirección del Partido Popular Europeo (Manfred Weber) que, si bien en un primer momento pareció dispuesto a apoyar la posición de los populares españoles, a la postre ha dejado tirado a su correligionario político, Alberto Núñez Feijóo, que se ha quemado en este episodio. Fue un cálculo equivocado. La gestión de Carlos Mazón no tiene un pase y la percepción de lo ocurrido es que Ribera se va de rositas entrando por la puerta grande del sanedrín de Bruselas pese a no haber sido convincente en sus intervenciones en el Parlamento tratando de justificar su ausencia durante la riada.
Sabiendo que Ursula von der Layen, la presidenta de la Comisión Europea, juega siempre a favor de Sánchez, era más que previsible que el veto del PP a Ribera no iba a prosperar. El resultado es que Pedro Sánchez le ha doblado el brazo a Feijóo haciendo lo que mejor sabe hacer: cambiar de criterio. Para salvar a Ribera, el PSOE apoyará a los candidatos a comisarios presentados por dos gobiernos europeos –el de Italia, de la señora Georgia Meloni, y el del húngaro Viktor Orbán– a los que Sánchez venía estigmatizando. Hasta ayer eran de extrema derecha.