Vengarse o no vengarse, dilema fácil. Si se puede, mejor vengarse, porque ya el libro sagrado de los mogoles insistía en la necesidad de «vengar la venganza», y la propia Biblia no habla de otra cosa. Hasta Yahvé, nuestro Dios, acaso fuera de sí, llegó a clamar majestuosamente mía es la venganza. Y vaya si se vengaba Qué vamos a decir nosotros, si estamos hechos a su imagen y semejanza. Pues eso. Personalmente, no tengo venganzas pendientes ni nada de lo que vengarme. He tenido mucha suerte hasta el momento. Digamos que estoy en paz de espíritu, y en los bajos fondos de mi alma, que como todos los bajos fondos está lleno de mugre y maleantes, garitos de mala muerte y tal vez alguna cantante de voz triste vestida con una especie de calcetín, no hay ningún bebedor vengativo tramando su demorada venganza. Sin embargo, he escrito numerosos párrafos sobre el tema, porque claro está, es el mayor de los grandes temas de la literatura y el cine, y hace unos años incluso llegué a calcular que el 43% de todas las narraciones importantes tratan de venganzas. Calculé mal, y estas líneas pretenden revisar la cifra, superior ya al 61%. No estoy influido por la aterradora venganza del Estado de Israel, sino por Homero, Esquilo y el conde de Montecristo, paradigmas literarios de la venganza como género narrativo. Que no sólo constituye la base de la historia universal, sino que consumimos ficciones de venganzas con enorme avidez, y hay que ver lo descansados que quedamos cuando el héroe, o la heroína Beatrix Kiddo en la peli de Tarantino, se vengan por fin. Son narraciones muy terapéuticas. Quizá su éxito comercial y cultural se debe a que todos tenemos revanchas pendientes y deudas por cobrar, y nos gustan muchísimo las historias de venganzas cumplidas. Así nos serenamos en cabeza ajena y ficticia, tras una larga espera a la que se llama suspense. O esa memez de que la venganza se sirve fría. No es cierto. Lo que ocurre es que vengarse es difícil, lleva su tiempo. Hasta el final de la peli, que es cuando se acaba el argumento. ¿Y hay otros argumentos? Sí, pero irrelevantes. Puro relleno. Vengarse o no vengarse es la cuestión. Y no, yo ya no tengo nada de lo que vengarme.
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