El cementerio olía a flores y a lejía. La lejía me lleva a mi infancia, a ese limpiar a fondo arrodilladas en el suelo de las mujeres de Llubí, mi pueblo. Siempre he dicho que las mallorquinas somos las mujeres más limpias del universo. Me baso en aquellos recuerdos de ver a esas mujeres barrer, quitar el polvo, levantar muebles. Recuerdo el olor de cal en las paredes, las puertas relucientes. Incluso el trozo de calle que correspondía a cada fachada estaba mojado de agua jabonosa secándose al sol.
Como cada año volvimos a llevar flores a nuestros muertos. El cementerio era un jardín pequeño. Vi a mujeres con escobas y trapos que removían el polvo. Las tumbas iban llenándose de flores. El ambiente era tranquilo, propicio a la paz y al recuerdo.
Alguien dijo cerca de mí: «Un buen lugar para descansar del todo». No respondí. Hay lugares donde el silencio tiene significado y las palabras sobran. Si acaso el murmullo de los rezos: las plegarias son mantras que nos calman.
Tots Sants en Mallorca, días de añoranzas y de recuerdos. Por eso no me gusta Halloween. Eso del truco o trato me parece una estupidez.
Mi tía Rosa nos regalaba a los cuatro hermanos rosarios de dulces. Era una gran repostera. Nos dejó el recuerdo de sus dulces inigualables y de su generosidad.
Mis muertos esperan que les visite. Estoy segura de ello. Se alegran con las flores que les llevamos, porque siguen vivos en nosotros. Sin decir nada se dice tanto. Los ciclos del año nos llevan a las tradiciones que no deben caer en el olvido. Hay que recordar siempre, mantener el recuerdo fresco como si fuese una planta fuerte.
En el cementerio de mi pueblo se detiene el tiempo. Hay rostros tristes, compungidos, oigo ecos de risas. Entonces veo a algunos vecinos que se han encontrado y charlan. Se explican anécdotas, historias sencillas… De repente estallan sus risas y no son extrañas ni inadecuadas, porque los cementerios también celebran la vida. Son el lugar donde se juntan los recuerdos de quienes no están y las personas que les piensan.