En el Telediario de TVE este viernes, pude identificar a algunos conocidos, vecinos de Paiporta (foto), dando testimonio de la calamidad espantosa que están sufriendo. Su desesperación ante la desgracia que les asola desde el aciago martes en que la tormenta se cebó con el interior de la provincia, causando enormes inundaciones, me hizo llorar. Aquello fue un desastre natural; pero que casi 72 horas después, en ese pueblo de 25.000 habitantes no haya agua, ni luz, ni alimentos ni agua potable en los supermercados, que están cerrados y desabastecidos; y ni siquiera hayan entrado grúas y excavadoras para retirar los amasijos de hierros que hace unos días eran coches, resulta inexplicable. Ver y oír a gente conocida, amigos, pedir socorro entre lágrimas, suplicar agua para beber o comida, nos deja rotos e indignados.
Centenares de vecinos de la capital, incapaces de quedarse quietos en sus casas, como si no pasase nada a unos pocos kilómetros, conmocionados ante las peticiones de auxilio de sus convecinos, se pertrecharon de todo aquello de lo que pudieron y marcharon a hacer lo que los poderes públicos no parecen ser capaces de hacer en una emergencia de esta magnitud: atender las llamadas de socorro y ayudar, aunque fuera armados con mochos, escobas y garrafas de agua. Pero el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, culpó a esa turba de voluntarios de colapsar aún más las carreteras y los mandó a casa, bajo amenaza. También la consellera de Industria y Turismo demostró tener la sensibilidad de un mejillón cuando declaró que no se iba a permitir el acceso a la morgue de los familiares de las víctimas, en un tono que ni María Antonieta de Austria en sus mejores tiempos.
Tiempo habrá de analizar la gestión de la catástrofe, empezando por las autoridades autonómicas y finalizando en el Gobierno central, pero, por Dios, ayuden a esa pobre gente que de la noche a la mañana lo ha perdido todo y está en la indigencia, hambrientos y sedientos.