Explico a estudiantes de primero de Economía y de cuarto de Historia el concepto de élites e instituciones inclusivas y extractivas. Esto se perfiló en el libro ¿Por qué fracasan los países?, firmado en 2012 por los profesores Daron Acemoglu y James Robinson. El libro, junto a otro que también conocen los estudiantes, Poder y progreso, escrito por Acemoglu y Samuel Johnson en 2023, les ha valido a los tres el premio Nobel de Economía 2024. Los autores definen las élites e instituciones inclusivas como aquellas que persiguen la eficiencia y la eficacia en un marco de colaboración y decisiones que busquen el bien común. Las extractivas, por su parte, determinan una visión egoísta de gobernantes y gestores, que buscan su enriquecimiento personal, sin pensar en el bien común.
El corolario es claro: la ‘extractividad’ conduce a un deterioro no solo económico, sino también social, político, cultural. Ético. Podemos creer que todo esto anida en la economía y en la política, como exponentes del fenómeno; se trata de exponentes máximos. Pero ello atañe también a otros ámbitos de la sociedad. Estamos viendo estrategias políticas edificadas sobre la judicialización de todo: el poder judicial actuando como sustitutivo del accionar político, algo absolutamente impropio de estados democráticos. Se ven movimientos impunes desde determinados medios de comunicación y redes sociales. Impunes en el sentido de verter mentiras de forma recurrente, a sabiendas que lo son, con el objetivo de dañar a instituciones y personas, para un beneficio particular. El ‘extractivismo’ tiene múltiples posibilidades, y esto es lo que provoca desazón social o, peor, la creencia de que lo que se dice en esas palestras es veraz. Mentiras, bulos, tergiversaciones, calumnias, todo parece valer, poniendo en jaque a las democracias reconocidas, cuando parte de sus esfuerzos radica en demostrar que las mentiras –que se sabe que lo son– deben ser contrarrestadas. El fenómeno es internacional: desde Trump hasta Milei, pasando por Orban, Meloni, Le Pen, el conjunto de patrañas informativas se adscriben, esencialmente, a opciones ultraconservadoras, una especie de caballo troyano que persigue tensionar la ciudad democrática desde su interior. Y con extensión de la toxicidad hacia las opciones tradicionales de la derecha conservadora.
Este comportamiento engarza con la idea de ‘extractivismo’ que rige en determinados políticos, junto a sus microcosmos particulares –segmentos de la judicatura, ciertos medios de comunicación, analistas concretos–. La pérdida del poder, o la dificultad para acceder a él, alimenta conductas que no velan por el bien común, por esa idea de ‘inclusividad’ sobre la que nos ilustran Acemoglu, Robinson y Johnson. Los fomentadores de tales estrategias no presentan alternativa alguna sobre política económica, social, ambiental, internacional, educativa, sanitaria, más allá de la formulación de unos tópicos –bajar los impuestos, menos gobierno y una libertad que no se concreta ni se especifica– que son el anclaje a un pasado inmovilista. Buscan la quiebra humana de un adversario que ha devenido enemigo. Élites extractivas puras y duras.