En 2008, cuando el dictador Saddam Hussein llevaba dos años bajo tierra, un simpático burrito irrumpió en una base de los marines norteamericanos en Faluya (Irak). Los soldados, armados hasta los dientes, encañonaron al visitante de cuatro patas, temiendo que fuera un burro-bomba, pero el animal estaba tan tranquilo que los vigilantes bajaron las armas, se acercaron a él y comprobaron que era tan inofensivo como pillo. De hecho, a la mínima que la tropa se despistaba, el burrito les arrebataba un pitillo y lo saboreaba, deleitándose. Por ese motivo, los marines lo apodaron ‘Smoke’ (humo). Orejas largas era la alegría de la huerta y el coronel John Folson, al mando del destacamento, quedó prendado de él. Pero los yankis, como hacen en todas las guerras, acabaron abandonando el país y el peludo équido, que se había recuperado de algunas heridas y seguía siendo un fumador compulsivo, fue entregado a un jeque tribal, que después lo vendió a una familia de campesinos. Allí, lejos de sus amigos estadounidenses, empezó a languidecer. Sin embargo, los marines nunca dejan a nadie atrás, así que Folson, ya en su país, decidió recuperar al burro juguetón. La operación no fue fácil, porque los iraquíes intuyeron que tanto interés americano les iba a salir caro y fijaron un precio desorbitado por ‘Smoke’: 40.000 dólares. Toda una fortuna en aquel país asolado por la guerra. Pero Washington si algo tiene es dinero, así que el Tío Sam pagó religiosamente y la mascota regresó con los marines. Murió en 2012 y fue enterrado con honores. Y esperamos que con un paquete de Winston.
El burro fumador
Javier Jiménez | Palma |