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Periodismo y posverdad

| Palma |

La semana pasada viajé a Menorca para impartir un par de conferencias sobre periodismo, desafíos y posverdad en el Cercle d’Economia y el Ateneu de Maó. Un placer compartir charla con entidades y público de la isla vecina, experiencia enriquecedora que hay que repetir más para suavizar el centralismo, fenómeno que también se registra a nivel regional. Lástima que la ‘vertebración del territorio’ (expresión exprimida en la política) no acabe de ser real.

Aproveché para visitar la Redacción de Menorca, una cabecera que representa la heroicidad de la prensa local o de proximidad. Abocada, como todos los periódicos, a la información de pago, después de haber regalado un producto fundamental para la ciudadanía y cuyo coste es alto, se había fijado como objetivo lograr 2.000 suscripciones en dos años y llevan 1.700 en seis meses. Y ahí sigue conviviendo en papel y digital porque tiene la suerte de contar con un gran porcentaje de suscriptores en impreso.

Me gusta el ambiente que se respira en Menorca. Me resulta acogedor e inspirador. Su gente mayor derrocha vitalidad y altas dosis de intelectualidad y preocupación por el conocimiento. Y eso es mágico en una comunidad pequeña.

El debate fue muy motivante. Hablamos de posverdad: «distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales» (RAE). Y es que hay muchos interesados en intoxicar con rumores malintencionados, bulos, medias verdades, mentiras… y hasta con sobreinformación. Los nuevos canales masivos, como las redes sociales, ofrecen una gran oportunidad para acceder a la información y universalizarla, y para dar voz a más fuentes, pero también implican un alto riesgo de desinformación y de falta de veracidad. En este contexto, el periodismo, el buen periodismo, es el enemigo de la posverdad.

Pero ¿puede un medio o periodista manipular y faltar al principio de veracidad? Claro que sí, hagamos autocrítica. Pero ese sería un mal periodismo, un mal periodista. O ni lo sería. Como decía Kapuscinski, uno de los grandes maestros del periodismo moderno, «los necios no sirven para este oficio». Dejó otras excelentes sentencias: que las malas personas no pueden ser buenos periodistas o que el periodismo no debe olvidar nunca su responsabilidad ética.

Por tanto, como puede ejercerse un mal periodismo, involuntariamente o con dolo, es importante que quien ejerza esta profesión sea diligente, responsable y comprometido. Y por eso es conveniente plantear límites, pero es crucial que se haga desde la autorregulación. No me desagrada el término pseudomedio, porque a mí misma me cuesta reconocer como medios a los que manipulan o faltan a la verdad, pero es la profesión quien debe señalar. LA FAPE tiene una Comisión Deontológica que emite informes al respecto y, en última instancia, está la justicia ordinaria. De otro modo, la injerencia política pondrá en riesgo la libertad de prensa, cuyo principal valor y necesaria protección es porque es indispensable para garantizar el derecho a la información de la ciudadanía. Un derecho que no será pleno si la información no es libre, independiente y plural. Y a muchos les interesa que no lo sea.

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