En plena discusión sobre limitar el turismo para evitar la masificación que nos asfixia, el Govern ha anunciado el aumento del importe de la ecotasa para los visitantes y la exención para los residentes. El incremento no es la panacea y la medida se queda corta, pero es un buen comienzo. La fórmula de desgravar para los baleares no es la mejor, mucha burocracia y ya veremos su compensación real, pero de momento posibilita bordear los tratados de la UE que impiden la eliminación para los locales, pese a que su pago para nosotros es injusto porque nos somete a una doble fiscalidad. El objetivo de esta tasa es reducir el impacto medioambiental y generar conciencia de un turismo responsable. Y digo yo, si un vecino genera residuos en un hotel, deja de generarlos en su casa; no los duplica. Además, sabe la necesidad de proteger el entorno propio, y conoce, y sufre, la escasez de nuestros recursos. Pensemos que el residente que hace turismo en nuestras islas crea riqueza sin sumar masificación y contribuye a un turismo Km0 con mucho menor impacto local y global.
En España este impuesto sólo se abona en Baleares (barato: entre 1 y 4 euros por persona y noche) y Cataluña (primera comunidad en implantarlo en 2012 con un coste de hasta 7,5 euros). La Comunidad Valenciana lo barajó hace poco pero no llegó a aplicarlo y Madrid estudia un pago de 3 euros. En Canarias, incomprensiblemente y pese a su desbordamiento, los partidos en el gobierno autonómico rechazaron en abril, con el apoyo de Vox, la propuesta del PSOE para fijar una tasa, precisamente cuatro días después de que 60.000 personas se manifestaran en las ocho islas pidiéndola junto a un cambio en el modelo turístico.
Se paga tasa turística en un centenar de ciudades europeas con coste muy superior al balear. Ámsterdam supera de media los 20 euros por día (12,5 % del precio del alojamiento). París triplicó el importe a finales del año pasado (hasta 15 euros) y Venecia es la única, de momento, que se ha atrevido a imponer un pago de 5 euros por visita, sin pasar noche. Nueva Zelanda, por cierto, tiene desde anteayer una tasa por entrar al país que ha triplicado su importe hasta 56 euros.
Así que, sin miedo. Hay que multiplicar la cuantía para los visitantes y extenderla a más meses porque no bastan julio, agosto y septiembre. Al menos desde Semana Santa hasta final de octubre. Quizá lo ideal sería mediante cargo en el transporte de entrada, porque así también contribuirán los amigos y familiares que vienen de visita a casas particulares e impactan.
Y añado otra idea que ya he defendido antes. En Baleares, la pernoctación en barco, al margen de cruceros, se libra de un pago que debería ser obligatorio para el turista. La contaminación de la náutica es una evidencia demoledora, tanto en agua como en aire. Y los privilegiados propietarios de yates y lanchas, que emiten a saco CO2 y muchas veces incumplen las normativas de vertidos fecales y otros residuos, deben pagar ecotasa. La eximente a los fondeados es más grave aún, porque los que reservan amarre al menos aportan tasa portuaria a las arcas públicas, pero a los que echan el ancla por libre les sale gratis contaminar.