Hay sombras que nos persiguen, como me ocurre con los antiguos reyes de Mallorca desde la celebración del 700 aniversario de Sanxo I. Hace unos días cayeron en mis manos dos libros. Uno es de Miquel Deyá, que ofrece una visión crítica y académica de aquella dinastía. El arranque ya nos explica nuestra descuidada forma de ser: nada en nuestro Estatut d’Autonomia recuerda que fuimos un reino. Perdida la memoria, es de agradecer el reciente discurso de Llorenç Galmés en la Seo de Perpinyà. En un bon mallorquí de Santanyí, enlazó con precisión el gobierno del Consell que él preside con el del antiguo Regne, y se emocionó de verdad cuando vio que los históricos colores rojo y verde de la institución insular decoran también los travesaños góticos del antiguo Palau dels Reis de Mallorca. Otro libro es el de María Garcés, recién editado. Didáctico pero puntilloso, culmina con la infanta Elisabet, que murió entre lloros en París en 1404 al ser incapaz de recuperar el Regne. Por si fuera poco, he coincidido en el bar Bosch con Climent Picornell, y me ha recordado que los trabajos de la expedición arqueológica de la UIB que localizó en 2008 la cripta en donde posiblemente fue enterrado Jaume IV se interrumpieron por falta de financiación. Quién sabe, tal vez ahora, cuando la dinastía de Mallorca resurge por las efemérides, regresamos a esa cripta de Soria, traemos de vuelta los restos y acabamos con su exilio de 675 años. Incluso en esto se pondrían de acuerdo los catedráticos Román Piña y Biel Ensenyat, que en estas mismas páginas nos han presentado puntos de vista tan ricos como dispares sobre el Regne de Mallorques.
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