Los anglosajones a ambos lados del Atlántico emplean habitualmente el acrónimo ‘nimby’, generado con las primeras letras de la frase ‘not in my back yard’, que literalmente significa ‘no en mi patio trasero’. Hace referencia al hecho de que casi todos aceptamos muchas instalaciones, obras o actuaciones públicas necesarias con la única exigencia de que no nos moleste, o sea que no estén cerca de casa. Que se hagan, pero lejos.
Por ejemplo, una cárcel, un aeropuerto, una central eléctrica, un pozo petrolífero. Si uno quiere que los delincuentes no estén por las calles, si uno vuela a otros países, si consume electricidad o si emplea el coche, ha de estar de acuerdo en estas instalaciones que, evidentemente, nadie desea en la esquina de su casa.
Lo interesante de la etiqueta ‘nimby’ aplicada a una protesta es que aclara el debate: significa que no vale la pena discutir sobre el asunto de fondo, sino simplemente sobre su ubicación. Sólo quieren que la obra no les afecte. El debate cambia radicalmente de naturaleza y de enfoque: en los temas ‘nimby’ no hay valores ambientales, ni culturales, sino únicamente intereses. Es un enfoque basado en el egoísmo puro, lo cual da igual porque eso significa votos y votos significan elecciones. No seamos cínicos: a todos nos preocupa que nuestros bienes pierdan valor por culpa de algo muy necesario para la comunidad pero que a uno lo hace polvo.
De alguna manera, da la impresión de que algunos pretenden que la instalación del gallinero de Avícola Ballester en Sineu es un asunto ambiental, de principios de defensa del entorno, cuando se trata de una cuestión exclusivamente ‘nimby’, lo cual lo explica todo perfectamente bien.
Porque ignorar la calificación de ‘nimby’ nos conduce al ridículo. Cómo podemos oponernos a una actividad agroalimentaria que incide positivamente en la diversificación económica, alejándonos de la hiperdependencia del turismo que pregonamos hasta la saciedad; cómo podríamos oponernos a potenciar el sector primario, del cual lamentamos que se esté encogiendo hasta casi desaparecer; cómo cuestionamos la iniciativa de un pequeño empresario local que ve que Mallorca no produce los suficientes huevos de gallina para su abastecimiento y decide abordar el problema; cómo podríamos cuestionar una granja que inevitablemente ha de cumplir las exigencias ambientales fijadas por la Unión Europea así como la carta de derechos gallináceos que aprobó España en su ley de Protección Animal; cómo podemos obstaculizar que la carne de pollo sea local y en su lugar siga viniendo de la Península, con el encarecimiento consiguiente y, sobre todo, con el impacto ambiental mediante la huella de carbono de su transporte marítimo.
Y cualitativamente más importante: si efectivamente en Mallorca las granjas de pollos no se pueden hacer, cómo es que la normativa las permite y ahora tenemos que hacer estos juegos malabares que ponen contra las cuerdas a los abogados para impedir su construcción.
Sin tener en cuenta el ‘nimby’ las incoherencias serían tantas y tan clamorosas que hasta pondrían en duda cualquier principio de seguridad jurídica de esos que los políticos defienden cuando les conviene. Sólo es un asunto ‘nimby, o sea una cuestión de egoísmo, comprensible pero egoísmo al fin y al cabo.
Ahí es donde nuestros partidos políticos dan verdadera vergüenza. En Mallorca, todos se han alineado con lo ‘nimby’, incapaces de ofrecer un argumento, de razonar, de hacer didáctica. Si los ciudadanos tienen miedo de perder un euro en el valor de su casa, los partidos no quieren soñar con perder un voto. Mallorca no tiene suficientes huevos de gallina y ellos tampoco tienen respuestas a la necesidad de abastecimiento. Se trata de una degradación absoluta del debate público. Si desaparece la ideología y el interés público, sólo queda el egoísmo individual. Es dramático el papelón del pobre Llorenç Galmés diciendo que ya encontrarán motivos para parar el gallinero, porque su partido no consentirá perder ni un voto.
De los ciudadanos uno acepta que defiendan sus intereses puros y duros, de los partidos uno debería esperar que tuvieran algún pensamiento que vaya más allá del voto. Que todos coincidan en este absurdo denuncia que hemos tocado suelo: no se puede ser más incapaz. La unanimidad no muestra unión sino la extensión del pánico a perder votos y el desprecio por la legalidad. Al final, naturalmente, abominaremos de estos desgraciados que hemos elegido porque todos vemos que simplemente no han hecho otra cosa en sus vidas que mentir, creyendo que eso era hacer política.